Hace más de un siglo, si usted hablaba de una corriente política y la adjetivaba como "progresista" se estaba refiriendo a un conjunto de personas pertenecientes al sector más radical del liberalismo. Por lo tanto, el progresista era aquel miembro de la colectividad que se distinguía por ser ultraliberal, "exaltados" se les llamaba incluso en aquella época del primer tercio del siglo XIX, y sus principales cabezas visibles fueron los generales Espartero y Prim, miembros del Ejército y no precisamente muy amigos de aventuras socializadoras ni de contemporizar con los asuntos candentes de la política y la economía de entonces.
Cómo cambian las cosas. Hoy, un ultraliberal es José María Aznar, o Esperanza Aguirre, y miren dónde se encuentran y, lo que es peor, la catadura moral que se les adjudica en los medios afines al supuesto progresismo de la actualidad. Son de lo malo lo peor, seres despreciables que por defender la libertad de las personas para alcanzar su verdadero status en la sociedad por sí mismos, sin las muletas del sistema público, por erigirse en garantes de la unidad de España, sin cesiones absurdas a los que tienen como objetivo principal separarse de ella y por no tener la menor vergüenza en reconocerse como lo que son, verdaderos liberales, son continuamente denostados e incluso vejados por los repugnantes medios de comunicación "progres" que hasta hacen burlas y se mofan de los símbolos que estos hombres y mujeres respetan y veneran, como son la bandera, el himno o el mismísimo Rey de España.
El progreso se define en el diccionario como "acción de ir hacia delante", como "avance" o "perfeccionamiento". Un progresista, por tanto, es aquel que muestra y defiende ideas y actitudes avanzadas, porque progresar es mejorar, avanzar, hacer adelantos. Se supone pues que, para llevar a cabo esos avances, no conviene estar permanentemente mirando hacia atrás, recordando un pasado de más de 80 años, falseándolo a conveniencia, removiendo huesos y conciencias que hace décadas que descansaban sin mayores sobresaltos ni para muertos ni para vivos. Craso error. Si usted se fija en qué se centran los ahora gobernantes, qué les preocupa y ocupa, verá que rápidamente han retomado con entusiasmo aquel proyecto de sacar al dictador de su faraónico panteón para trasladarlo quién sabe dónde, no vaya a ser que sus restos inspiren a algún auténtico progresista a hacer un disparate y alzarse en armas contra ellos. Eso sí, mientras, los fantasmas de Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, insignes cabecillas del PSOE de antes de la guerra, que justificaban, en aras de la libertad, "incluso el atentado personal" contra los miembros de la derecha política, campan a sus anchas por los pasillos de los ministerios y por los suntuosos y remozados despachos de Moncloa como Pedro lo hace por la que de manera increíble es su casa, revestidos de un aura de héroes de este progresismo de pacotilla cuando no fueron más que unos de los responsables principales de los posteriores males que asolaron a nuestro país.
Estos que se hacen llamar progresistas no hacen sino intentar enmendar la plana a los políticos del pasado. Ninguna idea nueva que no sea acoger miles de inmigrantes sin control alguno, promover fiestas gays en las que la delincuencia campa a sus anchas o nombrar a mujeres para cualquier cargo con el único mérito de serlo. El resto, intentar mancillar en lo posible la espléndida Constitución de 1978 con la excusa de dar cabida a separatistas, independentistas, terroristas, racistas y supremacistas. Ni miran hacia delante, ni aspiran a avanzar en el asentamiento de España como unas de las locomotoras de Europa, ni quieren perfeccionar el concepto de país y Estado único e indivisible pero que ha proporcionado a todos los pueblos más cotas de libertad que un estado americano o un lander alemán. Ni futuro, ni presente. Únicamente el pasado, es lo que les mantiene vivos y alerta. Tan pronto llaman franquista a un marino ilustre de principios del siglo XX como asesino a Hernán Cortés o a Pizarro. Lástima que la palabra regresista no esté en el diccionario, porque les vendría al pelo. Aunque, bien pensado, y si ellos aceptan miembras y jóvenas por el morro, no sé qué me impide a mi y a quien le parezca bien llamar a estos nuevos progresistas, "los regresistas". Suena hasta bien. ¿Qué le parece a usted? Feliz verano y, si sale de viaje, feliz regreso, si se me permite la chanza fácil.