domingo, 27 de marzo de 2016

Patrimonio incómodo

No hace muchos días, a cuenta del debate sobre Partarríu, que si supermercado sí, edificios no, aparcamiento quizás, tuve la oportunidad de charlar con un buen amigo de la prensa con muchos más conocimientos que yo sobre urbanismo, tan llanisco como el que más y reconocido defensor del patrimonio del concejo, tanto ecológico como urbanístico. Ambos coincidíamos en valorar el enorme legado indiano del que debería disfrutar Llanes y de la lamentable política llevada hasta ahora por los sucesivos Gobiernos socialistas, fundamentalmente con la perversa creación en anteriores Planes de Desordenación Urbana de la figura de la Gran Finca. ¿En qué consiste? Básicamente, y sin entrar en detalles normativos, en que al propietario-promotor se le concedía cierta edificabilidad en los jardines de la finca que albergase una gran mansión, generalmente indiana, a condición de que mantuviese y rehabilitase ésta.

Como se suele decir, hecha la ley, hecha la trampa. El supuesto preboste benefactor, con la excusa de construir a tutiplén, acometía unas obras de mantenimiento del edificio sin darle ningún uso posterior, es decir, abandonándolo a su suerte para encontrarlo, al cabo de una década, de nuevo en un estado vergonzante y con el interior hecho unos zorros. Chapa y pintura, para entendernos, para que desde fuera se viera bonito y se alabase el interés filantrópico del bonachón y "presunto" recuperador de patrimonio. 

También en este asunto tuvo mucho que ver la crisis provocada en nuestro país por el zapaterismo inútil a finales de la anterior década. Atraídas por el aroma del dinero fácil, importantes constructoras compraron algunas de estas joyas arquitectónicas y sus fincas, elaborando monstruosos proyectos que contemplaban multitud de nuevas viviendas en los jardines del coloso mientras, se suponía, iban a dar esplendor a los emblemáticos edificios. Pero llegó 2008 y todo se fue al garete. Las grandes empresas especuladoras quebraron, los palacios se abandonaron o quedaron en manos de los bancos -o las dos cosas- y las fincas se han convertido en auténticos estercoleros para vergüenza de todos los llaniscos. Recuerden si no cómo estaba el recién incendiado palacio de los Sánchez Ezquerra hasta hace unos días. 

Todos los vecinos del Cueto y alrededores saben que en el deteriorado edificio se colaban todos los fines de semana hordas de jóvenes con sabe Dios qué intenciones y ya se comentaba que cualquier día iba a ocurrir algo. No piensen que al suceder en Sábado Santo, con la villa hasta los topes, los irreversibles daños los ha causado un grupito de foráneos enloquecidos que confundieron Llanes con Valencia. Qué va. La mano que mece la cuna, los dedos que prendieron la cerilla están mucho más cerca. Lo mismo que cuando ardió el maravilloso palacio de Los Altares, seguramente nunca aparecerán los culpables y será únicamente Llanes, una vez más, el que salga perdiendo. Y mientras tanto, todos mirando hacia otro lado. Venga a traer gente y más gente y venga a perder patrimonio que enseñar, que lucir y del que presumir.


Tuve en su día la fortuna de conocer por dentro el edificio quemado en estos días pasados. Aunque ya estaba muy desmejorado, recuerdo especialmente los espectaculares techos de artesonado en salones y comedores que, muy probablemente, ya se hayan perdido para siempre. A mi modo de ver, urge un plan a nivel supramunicipal que ampare estos edificios en ruina, estas muestras espléndidas de arquitectura, indiana o no, frente a la inacción vergonzante de constructoras, bancos y supuestos benefactores. San Antolín de Bedón se está cayendo, pero muchos de estos palacios y mansiones también. Todos ellos son parte de un patrimonio incómodo, cuyos propietarios ni cuidan ni defienden y se limitan a dejarlo agonizar, ante la pasividad sonrojante de unos gobernantes incapaces de valorar lo que tienen delante de sus narices. Cualquier día los debates sobre Partarríu o sobre La Concepción serán estériles porque habrán sido también pasto de las llamas o se habrán convertido en un montón de escombros. Y cuando Llanes haya perdido todas estas joyas, alguno llorará y pataleará cuando ya no se pueda hacer nada. Qué tristeza da ver cómo un pueblo y sus dirigentes son incapaces de preservar su historia. No sé qué legado van a heredar nuestros hijos, pero desde luego que será ínfimo. Porque un pueblo que no protege su patrimonio histórico va perdiendo parte de su identidad con cada piedra que desaparece. Y en Llanes parecemos auténticos especialistas en dilapidarlo creyendo que no tiene consecuencias. Pero las tendrá. No lo duden.       
    

miércoles, 23 de marzo de 2016

Callos

Quién me iba a decir que aquí en Asturias iba a comer unos de los mejores callos que he probado en mi vida. Viniendo de Madrid, donde encuentras montones de sitios donde catarlos, tanto restaurantes de alto copete como tascas de barrio castizo, junto a una barra con grifo de vermú o entre elementos decorativos de corte minimalista, ni se me ocurrió que aquí en el norte se comiera con relativa frecuencia este auténtico manjar, tan sabroso como supuestamente nocivo. Aunque como siempre digo, no es lo mismo atiborrarse en comida y cena que disfrutarlos de vez en cuando. Para los que no estén al día, aunque me consta que muchos lectores de este blog son clientes habituales, el templo de esta especialidad tan madrileña está en Tudela Veguín, concretamente en un pueblecito llamado Anieves, al pie de la carretera, donde encontramos el Bar Camacho, sitio imprescindible para los amantes de los callos y otros platos contundentes de nuestra cocina tradicional.


Cierto es que parecen diferentes, más pequeños, más picaditos y quizás menos picantes que los que comía en Madrid, sin chorizo ni morcilla, al menos en el plato, pero sabrosos hasta decir basta. Con una materia prima de primera y tomándose su tiempo en limpiarlos bien, las cocineras de Camacho hacen llegar a la mesa un deleite para el gusto y un placer para los sentidos tan inesperado como agradecido, sobre todo esos días de invierno grises y fríos, en los que lo que apetece es echarse al cuerpo algo que lo caliente y lo ponga en condiciones. Además, el coqueto comedor lleno de detalles que evocan otros tiempos y la pequeña aventura que supone acceder a él, pues se atraviesa la cocina pidiendo disculpas a las cocineras por las molestias causadas debido al escaso espacio para pasar, no hacen sino añadir alicientes para visitarlo con cierta asiduidad. Se lo recomiendo encarecidamente.

Por eso, por el amor que mis papilas gustativas le tienen a este producto típicamente español, me molestan mucho esas cosas que le dicen por ahí a la concejala madrileña Celia Mayer, la de la metedura de pata con lo de la Memoria Histórica, la de la placa de quita y pon en un cementerio por el espantoso delito de recordar a unos mártires asesinados. Resulta que a esta discípula de Carmena le dicen callo. Y en algunos sitios de eso que llaman las redes, hasta callo malayo. Sí, ya sé que quieren decir que es muy fea, y no van desencaminados, no. Pero detesto que para ello la comparen con uno de mis platos favoritos. Me produce desazón, no sé cómo explicarlo. Me da la impresión que la próxima vez que me lleve la cuchara a la boca voy a pensar que me estoy zampando una parte de esta edil. Que me van a fastidiar el festín. Y eso no me seduce nada de nada.

Pueden llamarla mil cosas, además de sectaria e incompetente, que es lo que es. Una concejala a la que le quitan competencias y tienen que tutelarla es claramente incompetente, ineficaz e inútil y debería dimitir. Estamos de acuerdo. También es una verdad como un piano de cola lo fea que es y la cara de asco que exhibe en todas las imágenes que circulan de ella. El odio, el deseo de venganza, el asco o la rabia pueden hacer que un rostro agraciado torne en repelente y aborrecible. No les digo nada si la aludida ya posee una cara desagradable de por sí. Pero en lugar de arremeter contra una comida estupenda llamándola callo, les sugiero otros apelativos. Pueden referirse a ella como persona de belleza distraída, o como mujer incómoda de mirar, o incluso sugerir un posible estreñimiento crónico, eso lo dejo a la elección de cada uno. Y si les parece poco, llámenla fea de cojones, o digan que es más fea que quitarle un caramelo a un niño o que un chino con rastas, me da igual. Pero un callo ni hablar. Y menos malayo. Horrorosa sí, o incluso adefesio, si me apuran, que es lo que parece Manuela Carmena, que al menos podía peinarse de vez en cuando. Pero insisto, omitan lo de callo. No procede.

Y para que no me llamen machista, lo mismo les digo para los hombres, no crean. Hay que ser claros, también pululan por ahí chicos espantosos. Incluso algunos que no lo son tanto, agravan la cosa por no saber sacarse partido. Al contrario, incluso empeoran la visión. Porque a ver, si tú eres un hombre cargado de espaldas, un poco con chepa, para entendernos, no se entiende que lleves encima un apéndice capilar tipo coleta todo chafado, con pinta de no haberlo lavado en semanas. Así estás aún peor. Y si encima te vistes siempre igual, en plan progre que huye de la ducha y de la plancha, arremangado como si fueras a desatascar la taza del excusado, no mejoras tu imagen. La destrozas. Y si no tienes barba, no te empeñes en dejarte crecer cuatro pelos por la cara. Parece que la tienes sucia. Y entonces te pueden llamar callo las señoras y ya está liada. Es un consejo.  


Así que se lo ruego, por muy feos que sean estos tipos, o por muy mal que se peinen, como los proetarras esos que no se distinguen ellos de ellas porque todos se cortan el pelo con hachas, no les digan callos. Ya que nos han jorobado la Navidad, que nos intentan sisar la Semana Santa, ahora que nos quieren decir hasta qué aire debemos respirar, que por su culpa no nos quiten uno de los pocos placeres que nos quedan. Que no nos estropeen el festín.  

lunes, 21 de marzo de 2016

El término medio

Es conocida la aversión del españolito de a pie hacia el justo término medio. Aquí abunda y se jalea la exageración, se tiende al exceso y se aplauden los viajes a los extremos. Luego nos sorprendemos de las cosas que nos pasan, como que nos dirijan miembros de colectivos okupas o que en Europa pongan cara de asombro ante nuestra peculiar manera de afrontar los problemas. Eso de liarse la manta a la cabeza y tirar por la calle del medio en lugar de dedicar unos momentos a la reflexión no casa con la mentalidad teutona, por ejemplo, más cercana a la ausencia de imaginación que a la asunción de riesgos incontrolados típica del sur del continente. Por eso el cariacontecido Snchz fue a mendigarle ayuda al griego Tsipras y no a Merkel o a quien quiera que sea el líder de los desharrapados alemanes, si es que los hay.  

El caso es que de un tiempo a esta parte vengo observando por Oviedo una fiebre entre la gente inmersa en la cuarentena que parece contagiosa, sobre todo entre las féminas que se acercan peligrosamente a la cincuentena. Resulta que en un entorno relativamente cercano, varias conocidas han tomado recientemente la decisión de divorciarse de sus respectivos a la voz de ya, de la noche a la mañana, nada de pensarlo y meditarlo, no, están mandando a los maridos a tomar vientos en cuestión de un par de meses. Las implicadas presentan la característica común de intentar convencer al personal de que la decisión ha sido traumática, que era algo inevitable, que la convivencia iba a "explotar" si no terminaban con la relación. Pero sus actos posteriores desmienten esa afirmación. Sus desmesuradas ansias por publicar en las redes sociales hasta el último dato sobre su intimidad, incluidas sus "nuevas" conquistas y sus aficiones más ridículas, nos indican sin lugar a dudas de dónde soplan los frescos aires que pretenden darles a sus vidas tras la ruptura. Y sobre todo, desde cuándo soplan.


Las redes estas son estupendas, como todo, si se utilizan con precaución y en su justa medida. Si uno se dedica a publicar allí hasta cuándo acude al excusado y el grado de dificultad con que lo hace, la cosa se complica. Si no hace más que exponer fotos en las que la vestimenta es, por decirlo con suavidad, inapropiada, puede caer en el ridículo. Y si además el/la usuario/a es imbécil, la herramienta sirve para descubrirse, para delatarse y para que todo quisque se entere que se la estaba pegando a su pareja desde hacía meses y con quién. Mientras la alegre divorciada trata de convencernos en persona de la suerte que ha tenido conociendo tan pronto a este chico tan "ideal", su perfil -o el del novio, tanto da-, nos explica con pelos y señales que las fechas no cuadran. El difícil trago sucedió en mayo pasado, pero en marzo se celebra un aniversario. ¿De qué? ¿Y ese ramo de rosas? ¿Y ese viaje sorpresa? Ayyyyy, pero qué incautos, los pobres yendo de legales y todo el mundo enterándose de que el ex hace tiempo que no entraba por la puerta ni reptando. En fin.      

Por no hablar de lo que se cuelga en la red. Si uno lee los soflamados mensajes, le parece que los interesados están disfrutando de una envidiable adolescencia, no que estén apurando los últimos días de su madurez. Claro que, observando los comentarios de los amigos a las chorradas que van publicando, uno pone en duda no sólo la edad física de esta gente, sino fundamentalmente la mental. A veces incluso hasta Patricio y Bob Esponja parecen físicos nucleares a su lado. 



Y es que no hay término medio. O se ama hasta los tuétanos, o se odia a muerte. O vivimos la vida de los demás, o no tenemos nada interesante que hacer. O nos cogemos un colocón o no probamos el alcohol. Por eso los que hacen estudios en España nos advierten: "el queso curado es malo". No, qué coño va a ser malo. Lo que pasa es que saben que aquí nos zampamos medio kilo de una sentada o  nos tiramos una semana a cuñita diaria con botella de vino incluida, "que para eso me lo ha traído mi madre del pueblo". "Los huevos aumentan el colesterol". Qué va, hombre. Lo aumentan si te comes cuatro con chorizo y patatas fritas tres veces por semana y para cenar. Pero esto los de las investigaciones lo saben. Y por eso están siempre con las amenazas. Porque no sabemos encontrar el término medio. Y si sabemos, lo hemos olvidado. Como mis amigas divorciadas. Y ahora vas y lo cascas.       

jueves, 17 de marzo de 2016

El quinto

Después de una semana ausente por causas de fuerza mayor, de nuevo estamos por aquí para comunicar cosas más o menos interesantes, pensamientos, cuitas y vivencias que a uno le van surgiendo. La causa de fuerza mayor que nos ocupa es el obligado viaje a Madrid para animar al Atlético en los partidos contra el Deportivo de la Coruña y, fundamentalmente, en el drama en varios actos con final feliz sufrido el martes frente a los holandeses del PSV Eindhoven. Porque, por si todavía no lo sabían, este blog es del Aleti. No es que simpatice con el club rojiblanco, no, es que lleva pintado el corazón a rayas verticales rojas y blancas y, para vivir, necesita respirar el aire del Manzanares. Pertenece al Aleti, cree en el Aleti, ama al Aleti, sabe y huele al Aleti, todo él es Aleti.    

Todo el que haya visto el partido de octavos de final de Champions League, sabrá que no fue un canto al fútbol y que casi toda la emoción y el meollo del choque se centró en la interminable tanda de penalties. Nada menos que dieciséis hicieron falta para que el Aleti pasara a cuartos. Este artículo se centrará concretamente en el quinto que lanzó el once de Simeone y, más en profundidad, en quien tuvo el valor de tirarlo: don Fernando José Torres Sanz, a quien a sus 32 años -el domingo próximo los cumple- siguen llamando "El Niño".

Cierto es que todos los penalties valen lo mismo: un gol si se marcan, cero si se fallan. Pero no es lo mismo chutar el primero que el segundo, ni mucho menos el quinto. En casi todas las tandas importantes, en las que se decide un título o el pase a una eliminatoria de un torneo grande, el quinto penalti suele ser el último, el que decide el vencedor, el que concentra mayor carga emocional, el más complicado, en definitiva. Casi siempre suele apuntarse para tirarlo la figura del equipo del que se trate. A veces a ese supuesto jugador franquicia le entran los siete males, se le abren las carnes y se va por la pata abajo ante tamaña responsabilidad y no se atreve. El más famoso de estos quizás fue el delantero brasileño del Deportivo coruñés Bebeto, aunque no fuera en una tanda, sino en el último minuto del partido que decidía la Liga de 1994 contra un Valencia que nada se jugaba. Tuvo que ser su compañero, el sobrio y elegante central serbio Djukic quien, ante la espantada del artista, se viera en la angustiosa tesitura. El resultado es conocido por todos; balón detenido por el guardameta y título para el Barcelona. Fue tan traumático que aún hoy se conoce como "el penalty de Djukic".

En el Aleti hemos sufrido dos de estas infartantes tandas en los últimos tiempos: ambas en Champions, las dos en octavos de final, una contra el Bayer Leverkusen y la otra en el encuentro del martes frente a los holandeses de la Philips. En las dos, el jugador que se dirigió con paso firme hacia el punto fatídico en el quinto lanzamiento fue el mismo. Sí, en efecto, fue Fernando Torres. Y en ambas ocasiones marcó. Con tranquilidad, sin aspavientos, sin celebraciones, como no dándose importancia. El año pasado acabó sirviendo para ganar la eliminatoria ante el fallo posterior del alemán Kiessling. Este dio paso a la muerte súbita, permitió continuar con la esperanza intacta. Cuando Fernando acudía hacia su cita ineludible, debía ir pensando necesariamente en que, si lo fallaba, el Aleti caería eliminado y él sería carne de cañón para la prensa carroñera, tan habituada a faltarle al respeto a un mito viviente del fútbol español.


Sí, un mito. Y no exagero un ápice. Recuerdo que Torres ha ganado dos Eurocopas con la selección española, una de ellas con aquel maravilloso gol suyo a Lehmann, y la otra alzándose con el título de máximo goleador y bota de oro, siendo el único futbolista que ha sido capaz de marcar en dos finales de ese torneo. También se proclamó campeón del mundo en 2010, por si se han olvidado. Jugó y triunfó en el Liverpool inglés y después de convertirse en el fichaje más caro hasta entonces de la Premier, con el Chelsea ganó la Copa, la Champions y la Europa League. Pero todo esto a los del Aleti nos da igual. Son datos, como los de sus goles, más de cien con su equipo del alma, 81 con los reds y 45 con los blues, amén de los 38 con España, de la que es el tercer máximo goleador de su historia. Pero sólo son eso, números y más números, guarismos fríos que no recogen su importancia y su peso en el devenir del club de sus amores.

A nosotros nos dan igual los goles que marque, los partidos que juegue y los títulos que tenga en su palmarés. Nosotros le recordamos paseando nuestro escudo sobre una bandera española en un autobús descapotado durante las celebraciones por los triunfos de la selección. Fernando militaba entonces en otros equipos, pero su corazón era rojiblanco y así se lo mostró al mundo entero durante aquellos paseos por Madrid junto a unos compañeros que, vaya por Dios, no tuvieron su misma idea. Fue una muestra pública de fidelidad y amor a unos colores que nosotros, en cuanto tuvimos ocasión, le agradecimos convenientemente. Recuerden su presentación el día de su regreso al Aleti. 45.000 personas se reunieron en el Calderón para recibirle, para decirle que nunca se había ido, para mostrarle nuestro cariño y desagraviarle de las bobadas que se escribían -y se escriben- sobre él cada día en unos medios enfermos, que le tratarían de forma muy distinta si militase en otros clubes que no nombraré.


No sabemos si continuará el año que viene. Nos gustaría mucho, pero no es transcendental. Será un guía, un faro, un embajador nuestro allí donde esté. Y si sigue con nosotros más tiempo, un ejemplo para el resto de la plantilla, un estímulo para los jóvenes jugadores y un espejo en el que mirarnos. Un tipo que sin saber si continuará en el club no sólo no se altera, no presiona, no ataca, no mete prisa, no pone caritas en público, sino que además se deshace en elogios al entrenador aunque le ponga menos de lo que él quisiera y no le asegure su renovación. Un señor de los pies a la cabeza, un símbolo, un mito. Un tío con todo el pescado vendido que se arriesga a que pongan en duda su prestigio tirando el quinto penalty no una, sino dos veces. Y las que hagan falta. Gracias, Maestro, porque eso es lo que ya eres. Un ídolo sostenido por la peana de toda una afición sin fisuras. A ver si es posible que los otros se vayan enterando.         

jueves, 10 de marzo de 2016

Perlas

Se ha celebrado hace pocas fechas el día internacional de la mujer. Busca, fundamentalmente, erradicar la discriminación y la violencia machista y pretende aunar todos los esfuerzos posibles en pos de la igualdad de derechos. Hasta ahí, todo correcto, sólo a alguna acémila no le parecerán objetivos plausibles. Pero como siempre ocurre, el exceso y la sobreactuación pueden despojar de sentido a tan loable esfuerzo. Lo digo por la supina soplapollez esa de poner en los semáforos valencianos un muñeco con faldas, para evitar que esos artefactos sean machistas. Y digo yo, ¿colocarle esa prenda al monigote no es sexista? ¿Es que la falda identifica a la mujer? ¿No resulta todavía más machista la solución que el presunto problema? ¿Cuánto ha costado la ocurrencia?

Abundando en esta especie de fiebre igualatoria que olvida que en este planeta existen, mal que les pese, dos sexos, que arrasa con el lenguaje, con el sentido común y con cualquier vestigio de inteligencia -a ver cuándo le hacen su día mundial-, a alguna iluminada se le ha ocurrido que, para restañar heridas machistas y contribuir a la igualdad paritaria y tal, hay que quitar de las Cortes eso de Congreso de los Diputados. Es decir, o quitamos "de los diputados", o hacemos la tontería zapateriana de poner "Congreso de los Diputados y de las Diputadas". ¿De verdad que a alguna mujer le ofende esto? ¿Y con el Senado qué hacemos? Porque alguno pensará que la palabra se parece mucho a seno y evoca demasiado a las señoras. O no. Con esta gente, quién sabe.
  
A un tipo violento llamado Alfon, que tiene la pacífica costumbre de acudir a las manifestaciones portando mochilas cargadas de bombas caseras, asunto por el que se le condenó a cuatro años de prisión, un juez de apelación le ha quitado otro añito de cárcel porque sus amenazas a los polícías nacionales que le detuvieron en un control en el que dio hasta las cejas de alcohol y drogas no se consideran más que desobediencia, una falta que ahora no está tipificada como delito. Que los policías fueran insultados y agredidos al juez se la refanfinfla, no lo cataloga como resistencia a la autoridad. Buen ejemplo, juez de marras, buen ejemplo. En este país en el que ya casi vale todo, sentencias como ésta no hacen sino desproteger aún más a quienes tienen la difícil tarea de velar por nuestra seguridad. Eso sí, cuando haya una catástrofe natural o una desgracia de proporciones elevadas, entonces recurriremos a nuestros ángeles de la guarda, sin ningún empacho ni vergüenza.

Lo anterior es aplicable a la alcaldesa de Barcelona, la okupa Ada Colau. A unos militares presentes en el Salón de la Enseñanza, donde concurren desde hace años con el único propósito de informar a los jóvenes que pudieran estar interesados en encontrar un puesto de trabajo en el Ejército, supongo que tan bueno como otro cualquiera, les ha espetado la dilecta dama que "su presencia no es grata" porque hay que "separar espacios". ¿Perdón? ¿A qué se refiere? ¿Es que los militares huelen mal? ¿A dónde quiere mandarlos? ¿A la mismísima mierda? Como siempre, y dando una nueva lección de paciencia y señorío, los dos mandos presentes allí contestaron que respetaban su opinión, pero que lo único que estaban haciendo era "informar a los jóvenes de las ofertas que existen para después de terminar la ESO o el bachillerato". Desde luego, lo que no suponían es que iban a encontrarse con una primera edil con dificultades para concluirlos. No sé si tendrá ni el graduado escolar. Lo que sí tienen ella y sus secuaces y por arrobas, es un odio infinito a todo lo que representa autoridad. Quizás por su propia y demostrada incapacidad para hacerse respetar sin apelar a la violencia.  

Continuando con la lumbrera de Barcelona, ha decidido proporcionar empleo durante un año a los "manteros". A esos sí. A los ilegales, a los irregulares, a los chorizos, no sólo les acoge en la ciudad sino que les va a dar trabajo. No especifica cuál, ni siquiera si va a ser una especie de legalización del "top manta" o qué, ni el sueldo ni el horario. A estas horas se han apuntado 16. No se sabe la cantidad exacta de delincuentes que ejercen este oficio, aunque se cuentan por centenares. Pero al final, seguro que es un éxito. Maquillado o no, pero éxito. A ver qué medida populista no lo es. Y mientras tanto, el trabajo de un militar no gusta, apesta, mejor establecer un cordón sanitario. A ésta señora, cuando vuelva a ser necesario enviar tropas en misiones de ayuda humanitaria a Líbano o Siria, la mandaba yo en cabeza de pelotón a explorar el terreno, por si las minas antipersonas. Veríamos entonces lo necesario que se volvería alguien que, sencillamente, le salvase el culo.     

Y para terminar el despiporre de hoy, lo del boicot a la Cruz Roja. Alucinante. No se puede ser ya más sectario, más ruin ni más mezquino. Yo creo que como su símbolo es una cruz, aunque sea roja, pues ya hay que ir contra esta ONG. O quizás es porque la Reina de España ostenta la presidencia de honor. No sé, una de dos. No se plantean molestar a la Agrupación Sociocultural para la Cooperación con Bolivia o a la Federació Llull, entidad altamente subvencionada y afín a la ruptura con el Estado de los llamados Països Catalans, por ejemplo. No, van a por una de las ONG de mayor prestigio mundial a la que acusan de Dios sabe qué, poco menos que de traficar con sangre humana. Que tiemblen la Fiesta de la Banderita, el Domund y otras cuestaciones al amparo de la Iglesia. Por salir con la hucha a pedir, acabarán cobrándote el desgaste de las aceras y el alquiler del espacio donde se sitúen las mesas petitorias. Cualquier cosa es posible con esta manada de lobos. Hasta que acaben prohibiendo a Concha Velasco y sus chicas de la Cruz Roja en sus televisiones. ¿Qué apostamos?                       
              

lunes, 7 de marzo de 2016

Posicionarse

Algún buen amigo y sin embargo lector habitual de este blog me ha transmitido recientemente una queja acerca del tono general de mis artículos. Parece ser que no me mojo lo suficiente, que critico mucho pero no ofrezco soluciones, no remato las cuestiones exponiendo lo que yo haría o lo que me parece correcto en cada ocasión. Bien, como toda opinión es muy respetable y, aunque estimo que mi posición en la situación política actual es cristalina, voy a "posicionarme", como dice este querido camarada, y pasaré a exponer lo que, en el caso de que tuviera la desgracia de ser uno de los líderes políticos contemporáneos, haría yo en las actuales circunstancias.  

En primer lugar y con todo el respeto que me merecen la Institución y la persona, si yo fuera el Rey de España no propondría para la investidura a ningún candidato que no me asegurara una mayoría suficiente. El paripé de Snchz no ha beneficiado a nadie, tampoco a España y, por ende, no le ha hecho ningún favor a la Corona. Huiría de urgencias y precipitaciones puesto que los ciudadanos están percibiendo cada vez más claramente que, con estos representantes políticos, vamos de cabeza a otras elecciones. Propiciar otro desmadre como el contemplado en el Congreso días pasados es innecesario y muy arriesgado.

De ser Mariano Rajoy ya he dejado escrito, en este caso sí, que me iría a mi casa tranquilamente. Si todo el mundo me odia, si todos esgrimen que mi persona es el impedimento principal para llegar a acuerdos de amplio espectro, si la corrupción que invade mi partido es imparable en parte por mi ineptitud y mi falta de decisión, si además ya me he negado a acudir a una investidura, no sé qué diablos hago yo aquí, en medio del escenario sin pito que tocar. Es cierto que gané las elecciones y fui el más votado, pero eso fue hace tres meses. Desde entonces, el huracán Rita y la tormenta Aguirre me han dejado hecho unos zorros, al partido temblando y a mí señalado por consentir, por no actuar, y por no saber conjugar el verbo dimitir, cosa que sí hizo oportunamente la avispada política madrileña. Estuve bastante bien en el debate, pero acudí allí como virtual jefe de la oposición y no como presidente. Ese tren deben cogerlo otros. ¡Ah! Y de ninguna manera dejaría escrito el nombre de mi sucesor. Ni siquiera en un cuaderno con tapas de color rosa.

En el terrible caso de ser una persona comida por el odio y el rencor -además de por la viruela- como le ocurre a Snchz, me encontraría a un paso del cadalso. Quiero decir que, después de haber provocado el triste espectáculo de obtener, por dos veces, un ridículo resultado de 130-131 votos a favor de mi investidura cuando llevo dos meses mareando la perdiz, después de haber intentado vender al PSOE al mejor postor, después de haber sido despreciado, insultado, vejado y humillado por el populista Iglesias, lo único que me quedaría esperar es la decisión del partido sobre mi cabeza. Porque mi posición no podría estar más debilitada ante la dirección del mismo, no sólo por haber sido incapaz de recabar los apoyos suficientes para ser investido sino también por haber arrastrado el buen nombre que le queda al socialismo español por un lodazal. Seguramente yo me habría marchado de inmediato, tras fracasar por segunda vez en el intento, pero comprendo que a un tipo ambicioso como éste aún le queda esperar por si Rajoy se marcha antes que él o Iglesias le apoya de repente y esto da un vuelco. Aunque creo que ni así obtendría beneficio alguno.

Si tuviera la horrible desgracia de ser Iglesias, comunista, populista, prosoviético, chavista y castrista confeso, antisistema, anticlerical y antitodo, demagogo, superficial, zarrapastroso y bastante listo, estaría más que satisfecho. Muy contento por el funcionamiento extraordinario del sistema de propaganda encabezado por Errejón, muy confiado en las expectativas de futuro del partido, muy tranquilo tras haber machacado al PSOE por activa y por pasiva y muy relajado ante lo que viene, porque nada malo se avecina para quien no arriesgó un alamar y jugó sus cartas con maestría engañando a un candidato ingenuo que creía que íbamos a pares y juego cuando yo -es decir, Iglesias- ya me estaba dando mus. Desde luego seguiría a mi bola, no pactaría jamás con el PSOE porque es casta y no debo contradecirme y vería las nuevas elecciones como otra oportunidad de seguir creciendo. Si quiero ser vicepresidente -o más, quién sabe- he de tener ante todo una cosa: paciencia. ¡Ah! Y como penitencia, me impondría repetir mil veces "no volveré a decir que Otegui es un gran político". Que las carga el diablo.

En el caso de que yo fuera Albert Rivera estaría algo desubicado. De hecho, creo que actualmente lo está. Porque si el objetivo es alcanzar un acuerdo para gobernar España, está bien pactar con los socialistas, pero no se entienden demasiado la crueldad innecesaria y la excesiva animadversión con su aliado natural, que es el PP. Es comprensible opinar que Rajoy debe desaparecer de la escena política, pero debería evitar esos alardes de antipepeísmo que tan mal resultado dieron durante la campaña. Siendo egoísta, debería comprender que a mi partido le conviene que siga Rajoy, porque de ser así mi posición tras unas nuevas elecciones será más poderosa y estaré en una mejor disposición para negociar. No puedo olvidar que ahora soy el último mono y que no estoy en el lugar adecuado para imponer nada. Lo mismo que Iglesias, al liderar un partido nuevo debería tener paciencia y no comprometerme demasiado. Eso sí, entre bambalinas y si en realidad es cierto que lo único que me importa es España, hablaría y mucho con los populares para convencerles de lo necesario que resulta para todos que Rajoy dé un paso al costado y le deje el timón a gente nueva. Sobre todo a gente que no tenga absolutamente nada que ver con la corrupción y que la deteste públicamente. Y que lo demuestre. Si consiguiera eso, no olvidaría que, actualmente y en un escenario nada favorable, mi partido y el PP suman 163 diputados y es muy posible que con otro candidato y el fracaso estrepitoso sufrido por el PSOE, en las futuras elecciones ese número pudiera crecer un poco más. Y que 176 significa la mayoría absoluta.  

Creo que en estos párrafos me he "posicionado" a base de bien. Y si alguien me preguntara por mis preferencias me "posicionaría" aún más. Pero como afortunadamente yo no soy ninguno de estos personajes, mi lógica no es la de ellos y he demostrado fehacientemente mi absoluta incompetencia política con reiteración, me parece que para muchos de los que lean esto más que "posicionado" les va a parecer que me he "colocado". Pero eso sí, colocado o posicionado, les aseguro que, parafraseando a un auténtico político, seguiré pero que muy "al loro". ¡Ah! Y para empezar, cavilaré un rato sobre los 130 millones que costarán otras elecciones y qué se podría hacer con ellos que no fuera tirarlos a la basura.           


miércoles, 2 de marzo de 2016

A la altura de Corea, Ucrania o Taiwan

Sin duda muchos de ustedes habrán visto a lo largo de sus vidas esos extractos de imágenes impactantes en las que parlamentarios de países lejanos y exóticos dirimen sus cuitas directamente a golpes. Puñetazos, patadas, tirones de pelo incluso han servido en Taiwan, Corea del Sur o Ucrania, por citar tres que recuerdo, para expresar de forma rotunda los desacuerdos evidentes entre formaciones políticas de diferente pensamiento. Como los argumentos empleados no debían tener suficiente peso, los insignes representantes del pueblo acababan zanjando sus disputas con puños, codos y, a veces, con algún tipo de objeto contundente que tuvieran a mano. Cosas de países lejanos. Error.

Aquí estamos ya a pocos centímetros de caer en la violencia física. En el Pleno del paripé de hoy, la intervención de Iglesias desde su escaño, en la que les dijo a los socialistas que no se dejaran influir por quien tiene las manos manchadas de cal viva, en alusión a Felipe González, estuvo a punto de provocar un altercado de considerables proporciones que pudo acabar como el rosario de la aurora. El tumulto llegó a tal grado de escándalo que el presidente del Congreso, Pachi López, en plena y evidente pérdida de papeles, acabó balbuceando y tratando de tú al líder de Podemos que, muy tranquilo e interpretando magistralmente el papel de agitador del tipo yo tiro la piedra y escondo la mano, como hizo en aquella conferencia que Rosa Díez intentó ofrecer un día en la Universidad, le siguió el rollo al pobre López y a los airados diputados socialistas, aunque al final fue silenciado con la excusa de que se había pasado de tiempo. Gritos de fuera, fuera, como en el fútbol, Iglesias disfrutando mientras voceaba "nosotros decimos verdades con educación" -fíjense la monumental hipérbole- con la bronca imparable de fondo mientras López mandaba silencio. Gritos e insultos variados e interrupciones tipo Sálvame, y al final todos hablando a la vez sin que se entienda nada porque, en realidad, nada hay que entender. Y encima Iglesias consigue lo que quería, que es quedar como el ofendido de la película, porque termina afirmando osadamente y muy entristecido que le han retirado la palabra. De manual.  


Estos son los padres de la Patria. Uno en camisa remangada morreándose con un señor barbudo que pasaba por allí a la vista de toda España, el otro imitando a la inolvidable Aido con lo de jóvenes y jóvenas, aquel amenazando con la desobediencia civil, el de más allá intentando erigirse en el salvador de la democracia...Y el candidato, avergonzado por lo que su estulticia había provocado, mirando al suelo o a los papeles, jamás al orador que le interpelaba, algo nunca visto en estos casi cuarenta años de Monarquía parlamentaria. Todo un espectáculo inútil, innecesario y caro, muy caro para los españoles, no sólo por el despilfarro de euros que significa sino por la tremenda merma en la credibilidad de las instituciones entre los ciudadanos que vodeviles de este calibre acaban causando. Y todavía queda el viernes, y luego las renegociaciones, los nuevos pactos, los nuevos paripés, otras elecciones, los mismos resultados, los mismos problemas...el día de la marmota, Dios santo, ¡qué panorama!