jueves, 14 de febrero de 2019

El "crack"

Uno, que es asaz incauto, sumamente iluso, algo inocente, pero que no se considera un idiota de campeonato, tenía esperanzas de que este año, al fin, el tan manido y convenientemente denostado VAR acabase con las seculares y constantes injusticias que los clubes de fútbol no tan poderosos venían sufriendo a todas horas frente a los dos autodenominados transatlánticos de la liga española que, desde hace décadas en el caso de uno, desde hace pocos lustros en el del otro, rigen con mano de hierro los designios de, no sólo las competiciones nacionales, sino también de las internacionales sin que ni toserles pueda uno.     

Cuando el que escribe asistió, anonadado del todo, a aquel infame penalty señalado con 0-3 en un partido contra la Juventus que se encaminaba a una prórroga que iba a ser la tumba del equipo blanco de Madrid y escuchó y leyó todo tipo de justificaciones en la prensa vendida al presidente de cierta constructora del IBEX-35 acerca de la justicia del máximo castigo, ya se barruntaba que la cosa no tenía remedio y que ni siquiera en Europa estábamos libres de la manipulación sempiterna de la competición por parte de unos. Y lo que se discutió entonces no es que la jugada no fuera susceptible de señalar penalty, no. Lo que los forofos del club implicado no entendieron ni entenderán es que, para señalar una falta de tamaña transcendencia, su claridad debe ser proporcional al tamaño de Júpiter por lo menos, dado el minuto y la importancia de lo que podía acontecer. Y el enorme peso de una decisión de ese calibre jamás, digo bien, jamás, se ha inclinado en contra del club de Concha Espina. 

Pero haciendo gala de su inocencia y su confianza en la tecnología, el que suscribe se echó en brazos del VAR, que tras su buen uso en el Mundial parecía la panacea para librar a los clubes más pequeños de las, nunca mejor dicho, "arbitrariedades del sistema". Error. En cuanto comenzó la competición doméstica nos dimos cuenta que aquí no iba a funcionar agarrado a la justicia sino al revés, agravando la injusticia y agraviando, aún más si cabe, a los perjudicados habituales. Mientras el equipo blanco era llevado a la deriva por el infausto Lopetegui nada ocurrió, ellos solos se condenaban partido a partido. Pero en cuanto comenzaron los más ligeros atisbos de reacción, ya se encargó el presidente de ACS de llorar a moco tendido en los medios por lo mal que les trataba el VAR -a ellos, fíjense bien- e incluso llegó a abandonar la Federación a modo de protesta ante las brutales injusticias sufridas, que se resumían en un penalty no señalado al nuevo Balón de Oro Vinicius frente a la Real Sociedad. El ruido mediático que armaron alcanzó tal magnitud que, a día de hoy, sin duda son los máximos favoritos para ganar liga y copa del Rey. Por el camino, si no les importa, han dejado hecho unos zorros a mi club, el pobre Atlético de Madrid, al que se le birló un penalty clamoroso en Sevilla contra el Betis con 0-0 en el marcador -reconocido hasta por la fanfarria vikinga- y otro en su propio estadio frente al vecino todopoderoso, a la par que se le pitaba uno escandaloso en contra y se le anulaba un tanto al pobre Morata, que lleva dos penales sufridos y un gol anulado sin que el colegiado de turno se haya despeinado y el pobre, con sus antecedentes blancos, no entiende nada de nada. Es decir, en román paladino, no podía ser, no se podía tolerar una desventaja con el Barcelona de 10 puntos e ir por detrás del eterno rival madrileño. Había que solucionarlo y se hizo a conciencia.

Que no se entienda esto como una crítica dirigida únicamente al vecino de Chamartín, porque los catalanes también han tenido su bonita ración de favores, como por ejemplo fue dar válido un gol de Suárez tras patadón alevoso en la boca al pobre Cuéllar, o que ese desagradable jugador no haya sido nunca expulsado a pesar de sus continuas faltas de respeto a árbitros y compañeros de trabajo. Pero, qué curioso, ha sido acercarse los blancos en la clasificación y variar el sentido de los errores. El domingo pasado en San Mamés, minuto 95, árbitro madrileño Del Cerro Grande, escandaloso penalty cometido por Yeray sobre Semedo, ratificado por los 5 comentaristas de Movistar +. ¿Qué ocurre? Sospechosamente, Del Cerro se va por ahí mismo, se traga el silbato y señala...el final del partido!!! Óle y óle!!! A la antigua usanza, para que no se diga.

Pero bueno, a pesar de sufrir estas penalidades en las competiciones patrias uno se consolaba con que llegaba el VAR en los octavos de final de la Copa de Europa y con que lo del año pasado ya no iba a ocurrir más. ¿No? ¿No querías caldo? Toma dos tacitas. En los primeros 4 partidos se utilizó una sola vez el artilugio. ¿Para qué? Por supuesto, a mayor gloria del Real Madrid. La anulación del gol de Tagliafico perpetrada ayer por el señor Skomina, esloveno para más señas, no solo iguala sino que supera la ignominia del penalty del año anterior frente a los juventinos. Marca el Ajax el tanto y podemos ver a Courtois, ese caballero, lamentarse por su grave error, al resto de los jugadores cabizbajos y meditabundos. Ninguno protesta. A ninguno se le ocurre que el gol no sea legal. Hasta que alguien de arriba dice: "Skomina, tío, vete a verlo al monitor y anúlalo como sea. Inventa lo que quieras, pero ese tanto ha de ser invalidado". Podemos ver al ínclito colegiado dudando, a veces incluso temblando, indagando ante la pantalla "qué pitaré, Dios mío, ilumíname", hasta que se le ocurre algo y, dudando, pero sabiendo perfectamente lo que está haciendo y cómo se llama esa acción, hace la famosa señal rectangular en el aire de Amsterdam y se lía la mundial. Huelga decir que los holandeses estaban arrollando a los de Florentino, se ponían 1-0 y peligraba la integridad futura del emblema europeo de la limpieza y la transparencia. Y entonces, tras escuchar cómo ni Valdano, ese Séneca, acertaba a explicar lo que pasaba, algo hizo crack dentro de mi. Después de 55 años de amor, placer, indulgencia, pasión, creencias, también dolor y disgustos, después de toda una vida dedicada a seguir de forma impenitente a este deporte, algo se quebró. Algo terminó, algo acabó. Tomada conciencia de la imposibilidad de que este negocio sea justo ni por asomo, ni siquiera con la tecnología, de que la 14ª Champions ya tiene ganador -acabo de hacer una jugosa apuesta en william hill, les aconsejo hagan lo mismo- y que cualquier cosa que hagamos los mortales va a dar exactamente lo mismo, que el destino ya está escrito por el millonario del ladrillo con cara de perrito llorón, he decidido retirarme del fútbol de alta competición.    

No es que ya no me guste, que me canse de perder, o que no entienda el funcionamiento de las reglas y de la tecnología, que también. Es, sencillamente, que ya no me lo creo. Y, como dijo Gandhi, yo también pienso que "más vale ser vencido diciendo la verdad que triunfar por la mentira". Sé que muchos me entenderán. El resto, francamente, parafraseando a Rhett Butler, me importa un bledo.