jueves, 22 de noviembre de 2018

Tentando al lobo

Prieto, Largo e Iglesias. Ellos siguen marcando el camino
El hecho ocurrido ayer en el Congreso de los Diputados no es noticia. El bufón que lo ha propiciado y sus secuaces separatistas no hacen sino interpretar una comedia que lleva ya varios años en cartel a pesar de la desidia de los espectadores que, abochornados, asisten una y otra vez a los mismos disparates, a idénticos chistes de mal gusto y a la parafernalia ornamental en forma de estrafalaria vestimenta, gestos chuscos o insanos exabruptos que el grupito de los escaños de arriba nos ofrece cansinamente día tras día desde hace ya demasiado tiempo. Lo de ayer fue, sencillamente, un pasito más hacia el objetivo, el mismo que hace 80 años marcaron Pasionaria, Largo Caballero o Iglesias (el verdadero): "señoría, antes de que su partido llegue al poder, consideramos que debemos llegar al atentado personal...". Y en esas estamos.

El cerdo cobarde en cuestión (presunto, claro)
Ayer, un siniestro supremacista catalán sobrepasó la barrera del insulto soez y dio un pequeño paso para el separatismo pero un gran salto hacia la destrucción del sistema democrático actual. Un cerdo repugnante, acogido vergonzantemente a las siglas ERC, le lanzó un escupitajo al ministro Josep Borrell cuando abandonaba -ojalá fuera para siempre- el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Parece que en las imágenes no se aprecia el agravante de esputo, pero el simple hecho de realizar semejante afrenta a un ministro de la Nación que, además, es casi un anciano ya, supera los límites que deberían consentirse a un representante de la voluntad popular, aunque esos a los que representan probablemente también hubieran duchado a Borrell. Personalmente, a mi que soy muy futbolero, siempre me ha parecido la agresión más asquerosa, más ruin y más deplorable en ese mundillo tan imitado después por la vida. Puedo comprender que un jugador, cabreado como una mona porque le han golpeado y con los nervios de punta, llegue a atizarle un puntapié a su rival, o incluso que le arree un sonoro bofetón, ambas decisiones reprobables y merecedoras de sanción. Pero, escupir a un contrario, siempre me ha parecido que es un acto premeditado y alevoso, que trata de denigrar completamente al rival y que, desde luego, deja al que lo emite como un sucio animal y marcado de por vida como un indeseable.

El ejemplar Juanito, practicando el lanzamiento de esputo con un compañero


El bufón de la Corte. Lo hace bastante bien, la verdad
Todo este vergonzoso incidente procede de la sobreactuación, una más, del bufón apellidado acertadamente Rufián, amigo de los focos y de los chismes, del "que hablen de mi aunque sea mal", de la falta de respeto a todo y a todos, como demuestra cada día interrumpiendo, gritando e insultando a todo el que no piensa como él. Aunque pensar sea un verbo que no conjugue con frecuencia, la verdad. Ahora le ha dado por llamar "fascista" a todo aquel que crea que lo que están haciendo los racistas catalanes es deleznable y criticable. Borrell, autor de varias lecciones magistrales que han dejado sin palabras a las señorías separatistas, es también un fascista, fíjese usted qué cosa. Y todo porque no comulga con las tesis que pretenden acabar con nuestro país, con quienes defienden la supremacía catalana frente al resto de pueblos de España. Si le dices a Rufián que es un golpista, él lo deja todo de inmediato y te llama fascista. Y tú más, que decíamos de párvulos. Qué pobre retrasado, confundiendo el Congreso con el aula de EGB. Y encima la profe le echa de clase. Seguro que es que le tiene manía. Como si lo viera.

Pedro y los lobos. No debería darles la espalda. Es un consejo
Esto de llamar fascista al rival político no es de ahora. Hace ya casi cien años, se daban casos curiosísimos, incluso entre rivales de postín dentro del mismo partido. No sé si conocen lo ocurrido entre partidarios de Largo Caballero -otro que tal bailaba- y de Indalecio Prieto, los dos personajes socialistas más influyentes allá por los años 30 del siglo pasado. Poco antes de la guerra, Prieto acudió a Écija a dar un mitin a correligionarios del PSOE. En la población sevillana parece que se encontraban muchos partidarios de Largo, que acusaban a Prieto de "blando".  Este defendía la República a toda costa, mientras que Largo Caballero estaba dispuesto a ir a la contienda civil con tal de acabar con los que él llamaba "fascistas", qué coincidencia. Pues bien, en la plaza de toros de Écija se encontraban fervientes partidarios de ambos. Al llegar Prieto, se recrudecieron los insultos y los alaridos a favor de Largo. De los tendidos salían botellas y piedras que pretendían alcanzar a don Indalecio que, viendo el cariz que tomaba la cosa, optó por cancelar el mitin y marcharse con viento fresco. Pero, lejos de permitirlo, los secuaces de Largo desenfundaron sus pistolas y la emprendieron ¡a tiro limpio! contra la comitiva que se daba a la fuga al ver peligrar sus vidas. Hubo cinco heridos de bala y a un asesor de Prieto le salvó la Guardia Civil de un linchamiento seguro. Más allá de los hechos, muy esclarecedores de los derroteros que estamos empezando a pisar de nuevo, queda como lección para hoy el insulto principal que los de Largo le lanzaban a Prieto. ¿Saben cuál era? Efectivamente. "Fascista". Un apelativo que, a fuerza de manosearlo, vale para cualquiera que no siga las instrucciones del que lo emite y que, cada vez que se escucha en el Parlamento nos acerca, un pasito más, hacia la descomposición del régimen del que hemos disfrutado los últimos cuarenta años y, por supuesto, como es de esperar, al propio y verdadero fascismo. Tanto tentar al lobo suele tener consecuencias. Será mejor que sus señorías no lo olviden. Por su propia seguridad. ¿Verdad, Pedro?