jueves, 9 de abril de 2020

El pico y las palas

Jaizkibel, o lo que cuesta ascender un pico
Como ya saben los habituales, servidor cumplió el servicio militar en Irún, concretamente en el Batallón Colón de Cazadores de Montaña. Como su nombre indica, esta unidad de Infantería se dedica, básicamente, a llevar a cabo sus misiones en un entorno montañoso y a trepar y descender por tortuosas laderas llenas de rocas, nieve, barro o lo que la naturaleza disponga. Así que, tras un añito en ese particular infierno, de picos sé un poquito. Empezando por Jaizkibel y Zubeltzu, muy próximos al acuartelamiento del barrio de Ventas y terminando en los terribles Pirineos Navarros, el que esto escribe se hartó de subir y bajar cimas, crestas y picos entre tremendos sufrimientos físicos y, por supuesto, psíquicos, pues al comenzar una marcha jamás sabías la duración, el desnivel o las condiciones del terreno que te esperaban. Tras unas cuantas horas, cuando había algo de confianza con el sargento, le preguntabas discretamente: "mi sargento, ¿queda mucho para llegar al pico?". Quitándole siempre importancia, solía responderte algo así como "nada, Moreno, esto es un  paseo de maricas, llegamos en un  periquete". Obviamente la cosa se alargaba muchísimo, horas incluso, en las que uno se iba comiendo la cabeza cada vez más al tiempo que sus fuerzas físicas disminuían de forma alarmante. El pico, la deseada cima, no llegaba nunca.     

Como pitoniso, no tiene precio
Seguramente estas peripecias les suenan de algo en la procelosa actualidad que venimos sufriendo. Un tipo con la voz cascada aparecía todos los días en la pequeña pantalla asegurando que estábamos llegando al pico (hombre, ya se notaba que mucha idea no tenía cuando pronosticó que habría uno o dos casos en España). Al pobre no le ha dado tiempo a llegar, ha resultado caído en combate por el camino, pero sus sucesores, incluido un ministro de Sanidad que en realidad es filósofo -en serio, no les engaño-, continúan asegurando que está ahí mismo, que ya llegamos, que la curva se aplana y pronto iniciaremos el descenso. Pero ya ven que no. Esto es como una montaña rusa, unos días subimos, otros bajamos, pero aquí nadie tiene ni puta idea de por dónde se anda excepto los trabajadores del sector y los que tienen que garantizar nuestra seguridad. Los del poder, en Babia. Aunque yo tengo mi propia opinión y es que, en realidad, están como en la canción: "no te quieres enterar, yeah, yeah".

Me dirán ustedes que menuda chorrada, cómo no van a querer enterarse de la jugada, cómo no van a querer resolver este enorme embrollo. A  mi entender, porque les importa un comino que mueran personas mayores, jubilados. Es más, creo que cuantos más, mejor para ellos. Hagamos cálculos. A día de hoy van 15.000 muertos por el coronavirus. Suponiendo que las cosas vayan medianamente bien, se dan cifras totales en torno a los 40.000 fallecidos en España al término de la epidemia. De esos, el 75% aproximadamente perciben alguna pensión del Estado. Si tomamos una pensión media de 1.250 euros, multiplicada por 14 pagas obtenemos que el pensionista medio recibe al año unos 17.500 euros. Y, si damos por buena una cifra aproximada de 30.000 jubilados que van a fallecer en esta pandemia, nos sale que iban a percibir del Estado unos 525 millones de euros anuales. Cantidad que, evidentemente, se va a ahorrar el erario público de ahora en adelante. ¿Creen que esta noticia no entusiasma a alguno de los inútiles del Gobierno actual? ¿Creen que no lo han pensado? No seamos ingenuos.
 
Las víctimas del complot

Sigamos. Si hay esa cantidad de muertos, también habrá una cantidad muy similar de herencias a las que aplicar el Impuesto de Sucesiones que, en las autonomías de izquierdas, sigue siendo un instrumento recaudador muy importante. Varias decenas de millones más, en este caso no sólo provenientes del fallecimiento de jubilados sino también de personas más jóvenes. Los llamados daños colaterales.     

Por último, planteémonos qué tipo de personas se están marchando. Casi todos son aquellos que construyeron el país modélico en el que nos habíamos convertido, los que trabajaron por una España libre, moderna, sin rencores absurdos, los que diseñaron y vertebraron unas sólidas estructuras económicas, políticas y judiciales y dotaron a los ciudadanos de unas leyes justas y avanzadas a su época, empezando por la Constitución de 1978. Todos esos profesionales intachables, médicos, abogados, políticos incluso, son los que están desapareciendo, para jolgorio y deleite de estos golfos desharrapados, bestias incultas sin moralidad ni decencia que tratan de acabar con el Estado y sus símbolos, como la Corona, la Bandera o, incluso, su integridad territorial. 

Infectadas, pero de sectarismo
Para concluir, todo esto coincide en el tiempo con la Semana Santa, esa celebración cristiana con la que se ha tratado de acabar reiteradamente desde las filas comunistas bolivarianas e incluso desde el nuevo socialismo sanchista y que, visto el éxito obtenido y como no hay mal que por bien no venga, este año con gran alborozo y no poca rabia contenida han conseguido retirar del calendario con la esperanza de que las espectaculares procesiones y demás ritos sagrados caigan en el olvido, los muy incautos. Un mes antes, desde el Gobierno irresponsable se alentó a acudir a unos eventos masivos, sectarios y muy peligrosos para la salud de los asistentes y de los que no fueron -como después se ha demostrado fehacientemente- y no tuvieron inconveniente en promover los contagios, en propagar la enfermedad y en propiciar un auténtico genocidio, que es en realidad lo que estos indecentes, estos desgraciados resentidos y miserables han conseguido. Desde la tan recordada Guerra Civil, ningún Gobierno de España había tomado unas decisiones que ocasionaran tal cantidad de muertes. Les joderá horrores, pero es lo que está ocurriendo. Un auténtico genocidio.

Lo que tratan de ocultar. Ojos que no ven...


Por eso, cuando lleguemos al famoso pico -si es que llegamos-, antes, durante y después, lo que no va a haber en España es palas suficientes para enterrar a nuestros muertos. No hay respiradores, no hay equipos de protección, no hay tests para confirmar la enfermedad, no hay cerebros en el Gobierno, no hay palas para tanto entierro. Ahora, hagan un pequeño esfuerzo imaginativo y, simplemente, piensen qué estaría ocurriendo si el Gobierno fuera de derechas. Como el virus, la verdad está ahí fuera. A la vista de todos. Sólo hay que querer mirar. ¿Queremos?