A pesar de lo que algunos puedan pensar, el título de este artículo no tiene nada de original. Es, simplemente, el nombre de un programa infantil de televisión de los años 70. Creo recordar que era un concurso en el que los participantes tenían que dar órdenes concretas al susodicho monstruo para conseguir puntos, pero si esas órdenes no eran lo suficientemente claras el pobre adefesio no las entendía, se ponía a hacer disparates y el niño perdía. Los personajes eran tres: el profesor chiflado, el monstruo, interpretado por Pepe Carabias, el actor que hace de patriarca gitano con José Mota y la gran María Luisa Seco, siempre embutida en sugerentes monos de diseño imposible y que hacía de secretaria y presentadora del programa.
Aquel engendro creado por los guionistas de TVE no comprendía sencillas instrucciones ni recogía fáciles sugerencias. Le decían que se diera la vuelta y rodaba por los suelos, le ordenaban que echase agua en un vaso y lo hacía poniendo el recipiente del revés, a lo Tip y Coll. Desesperaba a los chavales y causaba hilaridad en el público asistente. Ah! Y para que el mandato de los concursantes fuera atendido, debían decirle al final: "Luis Ricardo, cantidubi dubi dubi, cantidubi dubi da, ya". Un número, vamos.
El monstruo de nuestro tiempo es un partido sin norte, un muerto viviente, como Luis Ricardo, confeccionado con retales de cadáveres políticos, un sinsentido, un alma en pena, un coleccionista de catástrofes electorales desnaturalizado que provoca lástima y risa y que no causa un respeto ni imponente ni de ninguna clase. El profesor chiflado, Snchzstein, enloquecido por su mesianismo exacerbado, cegado por un ego inabarcable, seducido por la erótica del poder inalcanzado, conduce la nave hacia el naufragio haciendo caso omiso de todos los consejos, de todas las instrucciones, lleva de la mano al abismo a su monstruosa creación ignorando el tortuoso camino que deben recorrer y el final fatal que sufrirán ambos.
Vapuleado una vez más en las urnas, en dos mejor que una, por si había dudas, emprende una huída hacia adelante en la que ya sin careta, todo vale. Ni se reconocen los errores propios, ni se escuchan las opiniones de los mayores, se propicia el choque de trenes, el enfrentamiento frontal entre dos facciones que sólo puede ocasionar daños de difícil arreglo en el alma del partido y se busca, con tal de encontrar un clavo ardiendo, hasta el apoyo prohibido del separatismo, del radicalismo y del populismo chavista más vergonzante.
¿Y todo esto para qué? ¿Qué rédito espera obtener el capitán desnortado? Puede que su calendario sea aprobado, puede que incluso sea reelegido -en precario- timonel del barco, hasta es posible que se atreva a ponerse de presidente de otro monstruo, éste mucho más peligroso y voraz. Dará igual. Nunca contará con la posibilidad de contentar a los independentistas porque la Constitución lo impide. Nunca conseguirá aplacar a los comunistas, porque su propia naturaleza imposibilita comportarse con mesura y tranquilidad. Si gobierna algún día, durará lo que quiera su monstruo, y será devorado en el momento que a éste le convenga. La única explicación que encuentro para presentarse a este Vía Crucis es la económica. Habrá echado cuentas y le saldrá rentable ser presidente cinco minutos, por eso de las pensiones y sueldos vitalicios que se colocan estos tipos.
No es que yo sea precisamente sospechoso de simpatizar con el PSOE, pero confieso que me produce cierta congoja observar cómo el navío, sin control, se dirige hacia el Cabo de Hornos y, además, en plena tempestad. No me alegro en absoluto del triste devenir de los acontecimientos porque creo firmemente que el papel de este partido, si se regenera y vuelve a ser dirigido por alguien con cerebro, es fundamental para la política patria. En fin, desde luego que lo que sí va a conseguir este pollo es pasar a la historia como el mayor desastre político que haya existido en este castigado país, que ya es decir. No sólo ha superado al bobo de ZP, algo muy difícil de alcanzar, sino que está a la altura de la morralla que en el 36 condujo a España a una Guerra Civil. Pretende construir un monstruo que, como Saturno, sea capaz de devorar a su propio hijo, es este caso a su propio país. Hay que ser imbécil o, lo que es peor, malvado y ladino. O a lo mejor le pasa como al del concurso, que sencillamente está chiflado. Pues ¡que lo encierren, cantidubi dubi dubi, cantidubi dubi da, ya!