miércoles, 7 de diciembre de 2016

Vicios adquiridos

Como sin duda sabrán, ustedes que viven bien informados y asaeteados por multitud de noticias -verdaderas o falsas, eso sí- que llegan a través de los infinitos medios de comunicación que hoy en día así pueden llamarse, se generó hace tiempo una virulenta polémica en nuestro país a cuenta de unas estúpidas declaraciones del director de cine Fernando Trueba, no tanto por su contenido estricto -que también- sino sobre todo por el lugar y el momento que eligió para escupirlas, justo cuando recibía el Premio Nacional de Cinematografía, dotado con unos sabrosos 30.000 euros que el elemento no tuvo reparo en recoger de manos de un ministro de España, de ese país al que tanto detesta y del que jamás se ha sentido -ni cinco minutos siquiera- ciudadano. Con dos cojones. Ese momento, inmortalizado por las cámaras y micrófonos, por mucho que desde la cuerda del protagonista intenten edulcorarlo, suavizarlo o tergiversarlo, lo mismo me da, es una oda a la gilipollez suprema de un resentido, de un estúpido y de un desagradecido que, gracias a ese país que denosta, gracias al dinero de sus ciudadanos percibido a través de ridículas subvenciones, ha podido realizar sus películas, algunas de ellas, dicho sea de paso, absolutamente vergonzosas.

Por que el caso es que a nosotros, a los de a pie, a los paganinis de esta historia, a los que quieren montar un negocio, una empresa o una franquicia, lo que sea que se les ocurra, a todos estos no se les subvenciona desde el Ministerio corespondiente. Si uno quiere abrir una charcutería, un despacho de loterías o una farmacia, no solamente no recibe ni un euro procedente del erario público, sino que además se ve obligado a sortear mil y una trabas burocráticas hasta conseguir echar a andar la empresa, eso si antes no se cansa y abandona el proyecto harto de papeleo y dificultades varias. Hay que tener mucho ánimo y muchas ganas para iniciar cualquier actividad por cuenta propia en España y luego para mantenerla en el tiempo. Y mientras uno intenta sostener su medio de vida, Hacienda, Sanidad o Trabajo -por nombrar tres Ministerios "comprometidos" con los españoles emprendedores- se encargarán de que el negocio camine siempre por el alambre, de que la espada de Damocles del cierre esté siempre bien presente sobre nuestras cabezas.

Sin embargo, un tipo cualquiera, con talento o sin él, decide que va a hacer una película y automáticamente recibe subvenciones y ayudas a porrillo. ¿Qué ven cuando arranca un film español en la gran pantalla? Infinidad de logotipos de Ministerios, Consejerías, Ayuntamientos, Televisiones Públicas, Televisiones Privadas a su vez subvencionadas o sostenidas por el Estado, marcas patrocinadoras de diferentes campos y la intemerata. Pasta a granel, dinero de todos empleado, la mayoría de las ocasiones, en lanzar bodrios infumables que acaban a las dos semanas olvidados por todo el mundo, incluso por quienes se beneficiaron de las "ayudas".

La úiltima obra del tipo este que odia a España pero que recibe su pasta con avaricia y alegría está fuertemente subvencionada. Además, cosa rara, el insigne y estrábico director le ha puesto en el título el nombre del país al que detesta, no se sabe si para hacer un poco la pelota o para reirse aún más de nosotros. "La Reina de España", que así se llama la historia, ha recaudado lo que se dice una miseria en sus primeros días de exhibición. No alcanza los 400.000 euros en su primer fin de semana, lo cual es una ridiculez, porque se estrenó en 376 salas y el promedio apenas llega a 1.000 euros por cine. Alarmado por el bochorno, el extraviado autor se ha lanzado por las emisoras a llorar y a decir que si hay un boicot, que el no dijo lo que dijo, que somos muy torticeros y que interpretamos mal sus palabras. Y no sólo él anda de romería por radios y televisiones, encima ha mandado a sus actores, a Resines, Sanz y cía. -a Penélope no, faltaría más, que es una celebrity medio americana y está casada con Bardem, ese progresista intachable- a perder el culo y ponerle a él como si fuera un mártir, alegando que paga sus impuestos en España y que por tanto su currículum es irreprochable y bla, bla, bla.

Miren, a mí me importa un rábano si la película es buena o mala. Hace años, exactamente desde que el manflorita ese manchego se pusiera a hablar de golpes de Estado y luego el gorila que lleva a su mujer a parir al hospital más caro de los Estados Unidos abriera su bocaza hasta extremos inhumanos para predicar justo lo contrario de lo que hace, desde entonces no gasto un céntimo en ver cine español. Si acaso cuando luego lo ponen en la tele a lo mejor, si no tengo nada que hacer, le presto un poco de atención. Y, si por error alguna vez asisto a una sala donde proyectan cine subvencionado, ya miro muy bien antes quién es el responsable del habitual desaguisado y selecciono. Si el apellido empieza por A y es palabra grave, ya les digo que seguro que no voy. Y si el tío ha insultado a mi país y a la inteligencia de sus súbditos, menos. Cuando empiecen a subvencionar al frutero de la esquina por traer excelentes plátanos canarios, o a la pescadería de al lado por ofrecer merluza fresca del Cantábrico, a lo mejor cambio de parecer. Y si al peluquero de enfrente le dan pasta por hacer bien sus cortes de pelo y a la tienda de ropa para niños la subvencionan por vender género fabricado en España incluso puede que hasta vuelva a interesarme por el cine español. Mientras tanto sus vicios, adquiridos hace ya tantos años que son verdaderas enfermedades crónicas, que se los pague Rita la cantaora, que servidor bastante tiene con lo suyo.                 

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo.
    Es una vergüenza las subvenciones que perciben la gente del cine para hacer una m.... de películas.
    Y los que realmente crean puestos de trabajo no sólo no reciben un euro de subvención, además lo someten aúna tortura continuada.
    Más que emprendedores deberíamos llamarles HÉROES.

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