En la vida todo, absolutamente todo, tiene un principio y un final. Todo empieza y todo acaba. Es así. Las mejores épocas se marchitan y oscurecen y los tiempos tenebrosos se aclaran y el cielo se despeja dando paso al sol. Los Gobiernos supervivientes como el de Churchill, o los obscenos como el de Hitler, empezaron y acabaron. Incluso el terror de los Castro cubanos concluirá algún día, aunque no parezca posible. Los matrimonios comienzan y terminan, aunque la mayoría de las veces los implicados no sepan -o no quieran- datar el final. Hasta el planeta nació de un big bang, y morirá con otro, nos guste o no. Nada es eterno. Nada permanece para siempre. Simeone, tampoco.
Acabamos de vivir, algunos con gran alegría y gozo cercano al éxtasis, la que posiblemente ha sido la mejor etapa en la historia del Club Atlético de Madrid. Hace exactamente cinco años tuvimos la enorme fortuna de que Diego Pablo, el "Cholo" para nosotros, llegara a Madrid para iniciar un periplo extraordinario, para cambiarlo todo de arriba a abajo, para conseguir que dejáramos de ser el hazmerreir de Madrid, España y Europa entera y pasásemos a ser temidos, respetados y admirados por todo el mundo. En 2011 el Aleti era un ente amorfo en descomposición. Hoy es un club sólido, con jugadores que valen auténticas millonadas, que juega la Champions y casi la gana -dos veces- y con unas estructuras robustas y profesionalizadas. Y todo, absolutamente todo, lo ha hecho el Cholo. La transformación experimentada por jugadores, técnicos, empleados e incluso los directivos delincuentes prescritos ha sido tal que, como diría Alfonso Guerra, al club no lo reconoce ni la madre que lo parió.
Durante este periodo de cinco años los hinchas, como gusta llamarnos nuestro guía, hemos disfrutado como nunca. Hemos ganado cinco copas; Liga, Copa del Rey, Europa League y las dos Supercopas pero, sobre todo, hemos disputado dos finales de la Champions League. Y las dos, sí, las dos, debimos ganarlas. La primera siendo inferiores al rival y la segunda mostrándonos superiores. Pero, como dice nuestro gurú, no se dio. Y si del primer estacazo salimos aún más fuertes, con más energía, más deseo, más ímpetu, el segundo golpe nos dejó noqueados. Y al primero, al Cholo. Dijo lo que dijo en sala de prensa y, aunque trató de arreglarlo, todos supimos que algo se había roto para siempre y que ya no había vuelta atrás. Como lo más difícil para la raza humana es poner el punto final, nos engañamos, se engañó el Cholo e hicimos como si nada hubiera pasado, seguimos con el discurso habitual, pero la cosa no era igual. El equipo es otro, la solidaridad defensiva, el bloque impenetrable, el muro infranqueable ya no se ve. Jugamos a otra cosa, de otra manera, sin tanta solidez, sin ese "todos para uno y uno para todos" que se había hecho más famoso en todo el mundo que el de Dumas. Y, en el banquillo, no existe la frenética actividad de antaño, la pasión con la grada bajó unos grados, las declaraciones son más secas, la actitud más displicente, las caras más agrias, el trato menos cercano.
Y no pasa nada. Han sido cinco años excepcionales, sin tacha, sin mácula, únicamente con la imperecedera frustración de no haberlo ganado todo cuando se pudo. Pero nosotros no somos como otros. Nosotros no medimos el éxito o el fracaso acumulando títulos que pronto olvidamos en una repisa. Nosotros valoramos una forma de hacer las cosas, una fidelidad a unos colores, un amor incondicional a un club que no gana siempre. Lo nuestro es más difícil, de hecho los otros no lo entienden, no pueden comprender que, tras haber perdido una final, nos quedemos media hora ovacionando a nuestros jugadores hasta que parezca que han logrado la victoria. No entienden que, si lo han dado todo, si lucharon hasta la extenuación, no hay nada que importe más que esa entrega a unos colores. Y así ha sido durante cinco maravillosos años.
Pero todo este increíble periplo toca a su fin. Las señales son inequívocas y el Cholo, si es fiel a lo que escribió en su libro "Creer", debe saberlo. No es un desdoro, no hay que avergonzarse, ni pedir disculpas, todo está bien. Pero concluyó. Esta etapa, espectacular e inolvidable, llegó a su término. Y como desde los despachos no van a mover un músculo -por la cuenta que les trae-, le toca al Cholo poner la rúbrica a su enorme obra. Y el momento es ahora. Antes de que alguien se confunda y la cosa empiece a ponerse desagradable, es necesario llegar hasta el final. Un final que será un punto y seguido, no se aflijan. Luis Aragonés, nuestra otra leyenda, nos entrenó nada menos que en cinco etapas diferentes. El Cholo tiene 46 años nada más, hay tiempo de sobra. Pero no ahora, no esta temporada, no en estas circunstancias. Qué bueno que viniste, Cholo. Hasta pronto.
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