Durante un largo año, un hogar |
Dentro de poco tiempo se cumplirán 30 años desde que me incorporé a filas, que para los no iniciados significa que servidor realizó integramente y durante doce largos meses el extinto servicio militar, lo que entonces se llamaba popularmente "la mili". Y no estuve precisamente en la playa, ni se trató de un periodo de mi vida perdido entre la inactividad y la holganza. Sin que yo pudiera evitarlo, el sorteo me envió a Irún, a la Guipúzcoa de los años duros de la ETA y los asesinatos diarios que tan bien describe Aramburu en su excelente novela "Patria", al País Vasco de la lucha, los atentados y el terror y también, por qué no decirlo, del silencio y del mirar para otro lado de los que no compartían los modos brutales y el salvajismo sin límites del mundo abertzale. Y, por si semejante castigo no fuera suficiente, tuve que engrosar las filas de la 1ª Compañía de Infantería del Batallón Colón, ubicado en el barrio de Ventas de la animada ciudad fronteriza. Eso significó que, a pesar de cursar 5º año de Económicas y disponer de ciertos conocimientos contables, o de llevar varios años conduciendo y presentarme voluntario para guiar vehículos militares, me pasé un año con la mochila a la espalda, el poncho intentando proteger mi aterido cuerpo de la incesante lluvia, la cara desfigurada con pinturas de camuflaje y las ampollas endureciendo mis pies, todo ello a la puta carrera, Jaizkíbel arriba, Zubeltzu abajo, soportando gritos, maldiciones, caídas y empujones pero siempre, siempre, con una compañía inseparable: la novia.
Jaizkibel. Parece bucólico. |
Mi novia, como las de los demás compañeros, no era una chica cualquiera. Ni siquiera se trataba de una chica femenina. En realidad, todos teníamos la misma novia, y resulta que la novia era él. El fusil de asalto CETME. Pero no el último, no, ese que era la mar de liviano, hecho con materiales plásticos revolucionarios, que casi no pesaba y que resultó ser una mierda, no. Nuestra novia tenía las cachas de madera y estaba hecha de acero, por lo que su peso rondaba los cinco kilos y se hacía difícil de manejar, qué curioso. Todos la llamábamos cariñosamente "el chopo", sin duda debido a que la culata y el guardamanos estaban fabricados con madera. Pasó a la historia, como todo lo bueno, pero sigue siendo considerado uno de los mejores fusiles de asalto que se han fabricado en el mundo.
El soldado y su novia |
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