jueves, 21 de septiembre de 2017

La novia

Durante un largo año, un hogar

Dentro de poco tiempo se cumplirán 30 años desde que me incorporé a filas, que para los no iniciados significa que servidor realizó integramente y durante doce largos meses el extinto servicio militar, lo que entonces se llamaba popularmente "la mili".  Y no estuve precisamente en la playa, ni se trató de un periodo de mi vida perdido entre la inactividad y la holganza. Sin que yo pudiera evitarlo, el sorteo me envió a Irún, a la Guipúzcoa de los años duros de la ETA y los asesinatos diarios que tan bien describe Aramburu en su excelente novela "Patria", al País Vasco de la lucha, los atentados y el terror y también, por qué no decirlo, del silencio y del mirar para otro lado de los que no compartían los modos brutales y el salvajismo sin límites del mundo abertzale. Y, por si semejante castigo no fuera suficiente, tuve que engrosar las filas de la 1ª Compañía de Infantería del Batallón Colón, ubicado en el barrio de Ventas de la animada ciudad fronteriza. Eso significó que, a pesar de cursar 5º año de Económicas y disponer de ciertos conocimientos contables, o de llevar varios años conduciendo y presentarme voluntario para guiar vehículos militares, me pasé un año con la mochila a la espalda, el poncho intentando proteger mi aterido cuerpo de la incesante lluvia, la cara desfigurada con pinturas de camuflaje y las ampollas endureciendo mis pies, todo ello a la puta carrera, Jaizkíbel arriba, Zubeltzu abajo, soportando gritos, maldiciones, caídas y empujones pero siempre, siempre, con una compañía inseparable: la novia.

Jaizkibel. Parece bucólico.

Mi novia, como las de los demás compañeros, no era una chica cualquiera. Ni siquiera se trataba de una chica femenina. En realidad, todos teníamos la misma novia, y resulta que la novia era él. El fusil de asalto CETME. Pero no el último, no, ese que era la mar de liviano, hecho con materiales plásticos revolucionarios, que casi no pesaba y que resultó ser una mierda, no. Nuestra novia tenía las cachas de madera y estaba hecha de acero, por lo que su peso rondaba los cinco kilos y se hacía difícil de manejar, qué curioso. Todos la llamábamos cariñosamente "el chopo", sin duda debido a que la culata y el guardamanos estaban fabricados con madera. Pasó a la historia, como todo lo bueno, pero sigue siendo considerado uno de los mejores fusiles de asalto que se han fabricado en el mundo. 

 

El soldado y su novia

Dirán ustedes que menuda chorrada, que no tiene sentido considerar un arma de fuego como si se tratase de una persona. Bueno, no sé si lo tiene o no. El caso es que aquellos militares de entonces, el drástico capitán Neira o el temible teniente Muñoz, de nombre Blas, nada más llegar al cuartel y entregarte uno de esos fusiles numerados, te advertían solemnemente de la importancia del mismo y te contaban que, "como a la novia, al CETME hay que cuidarlo mucho, nunca se le presta a nadie y jamás se le abandona". Y más te valía seguir sus recomendaciones, porque las consecuencias de su incumplimiento solían ser nefastas. 

 

Supongo que en estos tiempos tenebrosos en los que la disciplina, la defensa, el ejército, las armas e incluso las novias son temas casi tabú, a algunos lectores todo esto les resultará desfasado y demencial. Reconozco que no disfruté haciendo la "mili". No me gustaba estar lejos de casa, acatar órdenes absurdas a mi entender, ni tampoco pasarme el día asaltando cotas y liquidando enemigos fantasma. Pero no diré que perdí el tiempo por completo. Aprendí algunas cosas valiosas para mi vida adulta, como por ejemplo la lealtad a tu grupo, llámese escuadra, pelotón, sección o simplemente compañero, el respeto a las personas que saben más que tú y que están por encima de ti aunque no te guste, el valor de un poco de agua cuando tienes sed o, simplemente, a hacer bien mi cama y a lustrar mis botas para dejarlas como un espejo, labores que jamás había realizado hasta llegar a Irún.

 

Y también aprendí que tu arma no se presta, ni se abandona jamás. Es tu responsabilidad y tal y como te la entregan debes devolverla un año después. En perfecto estado de revista. Por eso, lo ocurrido ayer en Manresa me entristece, me escandaliza y me avergüenza. En estos tiempos ridículos, en los que lo que le importa a los gobernantes es la "proporcionalidad" en vez de la justicia o el cumplimiento de las leyes, un militar tiene que atender antes a quedar bien ante las cámaras que a cumplir con su deber. Debe parecer más una monjita y poner la otra mejilla que un profesional dedicado a defender el orden constitucional. El Gobierno de nuestro país les obliga a quedarse mirando mientras sus armas y sus vehículos son tomados por las hordas sediciosas en plena vorágine hacia el marasmo y mientras, asisten a la humillación de ver cómo una bandera ilegal sustituye a la de España en el cuartel donde prestan sus servicios. Yo, y perdonen por la expresión, antes de aceptar semejante vergüenza, de mostrarme sumiso ante la turba golpista y claudicar ante el enemigo, les aseguro que le hubiera dado un buen uso a mi novia. Supongo que me entienden. Y si no, como decíamos siempre en la "mili", me la pela. Yo no tengo que sonreir como un pánfilo para quedar bien en las noticias. Yo soy cabo primero del Ejército de Tierra, aunque sea en la reserva. Que quede claro.            

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