Cuando me fui a vivir a Llanes, yo creía que llegaba al paraíso. Que además de ser un lugar de una belleza indescriptible, también albergaba una sociedad tranquila, apacible y sensata. Por suerte, conocí a la que gracias al Cielo ahora es mi mujer y me sacó del error. Ella, que por aquella época llevaba viviendo en la villa más de doce años, pronto me confesó que pensaba que yo era un ingenuo y que estaba completamente engañado. "Llanes City, ciudad sin ley, donde hasta las gallinas llevan pistola". ¿Pero, es que nunca lo has oído? ¿En qué mundo crees que vives?
Enseguida empecé a conocer los vericuetos y callejones del pueblo, a sus gentes y rincones, el día y la noche, me metí en comisiones de festejos y en política, y comprobé en primera persona la veracidad indiscutible del dicho que me habían enseñado y que jamás olvidé. Constaté por mí mismo que la belleza indescriptible se encontraba en proceso de demolición y la sociedad podía ser apacible y sensata, pero también te dejaba claro que eras -y siempre serás- de fuera. De la noche seguramente me salvó ella, mi mujer, que hizo innecesarias las salidas nocturnas en busca de farra y sabe Dios qué. Aún así hice mis pinitos, no crean, y salí huyendo como alma que lleva el diablo. De aquella era gran admirador de Baco, pero nunca en mi vida me ha gustado darle más trabajo del debido a mi nariz y además, detesto profundamente a los que necesitan estimulantes opiáceos para ser -o eso creen ellos- personas interesantes. Del resto, a pesar de sus innumerables advertencias, no me libré y experimenté en mis propias carnes lo que en Llanes representa meterse en una Junta Directiva de lo que sea y, sobre todo, el enorme coste que tenía militar políticamente en el partido equivocado.
Sí, porque el sólido sistema treviniano del clientelismo político llevado hasta sus extremos más discriminatorios, rayanos en el racismo más asqueroso -si te relacionas con ese atente a las consecuencias, no es de "los nuestros"-, esa especie de Cosa Nostra alimentada por un régimen político draconiano y controlador hasta el paroxismo estaba tan presente en mi vida diaria que fue imposible sustraerse a sus efectos devastadores. No tanto para mí, pues las amenazas veladas y las sonrisillas a toro pasado no me han hecho nunca efecto, como para mi familia, que notó las consecuencias de tener un marido y padre alineado en el bando incorrecto en forma de cese de negocio y ciertos episodios de aislamiento en festejos y saraos propios de tiernos infantes, actitudes la mar de vergonzantes para las mamás y papás protagonistas, todos ellos -como se pueden imaginar- animosos conmilitones del Gran Hermano/a.
En Llanes todos sabíamos que si eras "de los nuestros", cualquier cosa era posible. Se admitían hasta conversos procedentes del tardofranquismo más vomitivo, con tal de que engrosaran las filas de votantes. Si no, ya lo sabías, ni agua. Y al indiferente, la legislación vigente. Todos apreciábamos las diferencias de trato a establecimientos hosteleros, constructoras y promotoras e incluso a simples comercios. Siendo egoísta, en mi caso siempre me he preocupado sobre todo por la normativa sistemáticamente incumplida en lo que se refiere a bares de copas y consumo de alcohol en la vía pública, puesto que estas perniciosas costumbres han perturbado mi descanso y el de mis vecinos desde hace lustros. Tras mucha lucha y multitud de desprecios, conseguimos que se aprobase una Ordenanza que regulara lo que se conoce como "botellón". Existía también otra Ordenanza que fija las horas de cierre de los bares en función del tipo de licencia que ostentan. Ambas se convirtieron en papel mojado. Ni se han cumplido, ni se ha velado por su cumplimiento. Los alegres chicos socialistas, como una vez me dijo una inolvidable concejala de Cultura, optaban por "dejar que los chavales disfruten", eso sí, delante de la puerta de mi casa, no de la suya.
Ahora corren nuevos tiempos por Llanes, o al menos eso se supone. No es moco de pavo haber conseguido ser recibido por algunos miembros del elenco municipal sin verme obligado a hacer constantes genuflexiones ni a morder ninguna almohada. Me han escuchado y algo están intentando hacer. Por ejemplo, me he podido enterar gracias a ellos que un golfante de esos beneficiados por el antiguo régimen, propietario de un local con licencia de cervecería, es decir, que en verano tiene que cerrar como máximo a las 2 y media de la mañana -que ya está bien-, resulta que lleva toda su existencia cerrando cuando le sale literalmente de los cojones. Sin ir más lejos, durante la pasada Semana Santa, a las 4 de la madrugada seguía abierto sin ningún empacho ni complejo. Y sin tener licencia para ello, el tío va y coloca en su puerta un cartelito que dice que puede cerrar a las 5 y media. Toma ya. Y sin licencia, insisto. Con un par. Pero no contaba con que, según parece, ahora no rige el mismo sistema que le ha amparado en su ilegalidad durante décadas. El caso es que, a día de hoy, mi confianza en los actuales mandarines continúa intacta, me consta que trabajan en estos temas y en controlar el desbocado abuso de alcohol en la calle. Así que seguiremos ojo avizor, muy pendientes de anunciar, si llega el caso, que en Llanes City ya se respeta la ley, y que no hace falta que las gallinas lleven armas. Veremos.
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