Se acaba de morir Rita Barberá. Imagino que todos saben de quién se trata, pero por si alguno no es de este mundo le recuerdo que fue alcaldesa de Valencia durante 24 años, militaba -en pasado- en el PP y fue, durante los últimos años, acosada, perseguida, machacada, humillada, imputada y estaba en trance de ser juzgada por un caso de corrupción masiva en el Ayuntamiento que dirigió. Es irrelevante lo que yo piense, lo sé, pero el hecho de que todos sus concejales estuviesen pringados y metidos hasta las cejas en el escándalo me hace estar casi seguro que ella sabía lo que se cocinaba por allí. Y si no lo sabía peor, pues un jefe debe conocer a sus subordinados, enterarse de su catadura moral y, en su caso, tomar las medidas oportunas. Por acción u omisión, esta mujer tenía toda la pinta de no ser trigo limpio. Eso es lo que yo pienso.
Pero que a mí me parezca que no era del todo honrada no quiere decir que no lo fuera. Para eso un juez se estaba esforzando en, a tenor de las pruebas obtenidas por la Policía, determinar si era o no culpable y en qué grado. Y, por ahora, aún no ha habido pronunciamiento ni sentencia sobre los hechos. Y como se supone que estamos en un Estado de derecho, ni yo ni nadie somos quiénes para juzgar lo que todavía no ha sido juzgado ni para decir si era o no culpable, a pesar de la pinta que tiene todo este entramado de chanchullos que sucedían por aquellos lares. Además y como también digo siempre, algo haría bien para ser reelegida, una y otra vez, hasta juntar 24 años al frente de su ciudad.
En cualquier caso, todo eso ya da lo mismo porque hoy le ha pegado un infarto fulminante y ya no verá el fin del proceso público al que estaba siendo sometida. Descanse en paz. Lo que no da lo mismo es que, como senadora que era, las Cámaras hayan ofrecido sus condolencias a la familia e intentado mostrar respeto y educación guardando un minuto de silencio en su memoria. Ese gesto es el habitual tras el fallecimiento de cualquier persona, no sólo en el ámbito político, sino en el deportivo o en el cultural, por poner dos ejemplos. Se trata sencillamente de dejar pasar 60 segundos en silencio para que cada cual pueda reflexionar acerca de lo que ha supuesto para él ese acontecimiento y, de paso, reconfortar a la familia con una mínima muestra de respeto.

Hoy era un día para mostrar que simplemente son humanos, que tienen sentimientos, que saben lo que significa el respeto y que incluso saben discernir lo que es hacer política y lo que es ser persona. Pero son incapaces. No han podido. Como fieras que son, han pesado más los instintos depredadores que la razón. El odio y la necesidad de venganza que el sentido común. Hoy es un día, otro más, en el que las personas de bien, que esas sí que son la mayoría, no tienen otro remedio que entonar un réquiem por la actual situación política, por quienes la encarnan y por sus actos animalescos. Un réquiem, doloroso y triste, por el sentido común. Descanse en paz.