jueves, 19 de mayo de 2016

Prohibiciones y libertades

Como muchos lectores de este blog sabrán, el estadio Vicente Calderón es mi casa. Hace 36 años que me hice socio desafiando a mi madre, que no quería que cada domingo me fuera yo solo a la otra punta de Madrid por si me pasaba "algo" y desde entonces considero mi asiento de segundo anfiteatro del fondo sur como una parte más del mobiliario de mi ajuar personal. Más duro, motivo por el que nunca dejo de alquilar la correspondiente almohadilla, y sujeto a las inclemencias que el tiempo quiera dejar caer sobre él, casi siempre en forma de intenso e insoportable frío glacial, pero al mismo tiempo acogedor y de mi propiedad, porque en ese sitio sólo me puedo sentar yo y si lo encuentro ocupado no tengo más que esgrimir mi abono para recuperarlo. 

Y como a todo el mundo, me gusta que en mi casa se respeten mis normas, que nadie la mancille ni la ensucie ni mucho menos me insulte a mí o a mis creencias y las de mis familiares. Por eso, como la final de la Copa de S.M. el Rey se celebra este año en mi casa, me molestaba enormemente que los aficionados del Barcelona, organizados desde el propio club y obedeciendo órdenes de los partidos políticos secesionistas, fueran a exhibir masivamente las banderas esas de la estrella que ellos llaman esteladas y que no son más que trapos sin ningún tipo de valor ni legalidad. Vaya por delante que a mí no me parece lo más acertado ponerse a prohibir nada. Ni el tabaco, ni correr con el coche, ni los toros ni los trapos de colorines. Pero entiendo que, en este caso, no se trata de proteger los derechos individuales si se autoriza la exhibición de la senyera manipulada, porque el hecho de que aparecieran en mi casa por millares no se iba a deber a la libre elección de miles de catalanes ejerciendo su derecho, sino que correspondería a la organización de una especie de manifestación por parte de los separatistas de diverso pelaje, lo mismo que ocurrió otros años cuando, además de repartir estas banderitas, esas formaciones tan liberales y que tanto respeto exigen también distribuyeron miles de silbatos para pitar a mi Rey y a mi Himno Nacional. Y eso este año querían hacerlo nada menos que en mi casa. Pues oigan, no. Si ya no me gusta que lo hagan en la del vecino, imaginen en la mía. Que vayan a reírse a otro sitio.


Se da la circunstancia que el subdelegado del Gobierno en la Comunidad de Madrid es buen amigo y el otro día nos pusimos unos cuantos mensajes a cuenta de esta medida. Tras manifestarle mi acuerdo con ella, le advertí del ruido mediático que iba a causar y de los palos que les iban a caer por, sencillamente, hacer cumplir la ley, ni más ni menos. Por supuesto él contaba con la agitación que esto causaría en Barcelona y Cataluña, pero como es lógico anteponía el respeto a la legalidad, cosa rara ante la habitual dejadez de nuestros políticos con tal de caer bien a todo el mundo -esta última apreciación es, desde luego, de mi propia cosecha-. De momento han renunciado a presenciar el partido la alcaldesa de la Ciudad Condal y el presidente-títere de esa Comunidad Autónoma. Los desharrapados de las CUP aconsejan desobedecer y llevar un cargamento de telas para provocar a la policía y así luego poder decir que Madrid les ha tratado mal. Y el presidente azulgrana, que no sabe qué hacer con tal de contentar a todo el mundo, no ha decidido si irá o no a ver cómo su equipo lucha por el doblete. No descarten que amenace con retirarse de la competición.


A mí me parece genial que no vengan, porque no son bienvenidos. Y si de los que pitan al Rey y al Himno no viene ni uno, todavía mejor. En mi casa no entran okupas ilegales, ni independentistas melenudos, ni por supuesto quien no respete mis creencias, entre ellas la de una España unida como hasta ahora, a la que representa una bandera rojigualda y cuyo Jefe de Estado, mientras los padres de la Patria no establezcan otra cosa cuando tengan tiempo y ganas de reformar la Carta Magna del 78, es el Rey Felipe VI. España, por si lo han olvidado, es un país libre. Y en él, cada uno es libre de hacer lo que le venga en gana, mientras con ello no enturbie ni limite la libertad de los demás. Por ello, a todos los que no se encuentren a gusto en mi casa, les recomiendo que ejerzan de manera efectiva su libertad y, sencillamente, no vengan. Nos harán un favor a todos.   

  

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