


Eso sí, debo ser un imbécil porque a los de ahora, a la chusma que puebla la escena política de hoy, les repugna todo lo que a mi me llena de orgullo. Podría entender hasta que un vasco o un catalán se emocionen más si suena Els segadors o se iza la ikurriña. Uno puede sentir más una bandera que otra y es respetable. Pero que un merluzo que va hecho unos zorros, sucio y desharrapado, que no tiene ni puta idea de lo que España ha sido en el mundo, que no sabe ni la fecha del Descubrimiento, que igual no tiene donde caerse muerto, cuyos ídolos son el alcohol, el Ché y Maduro, que un tipo así se permita despreciar a su país, a sus símbolos, me da muchísima pena. Pena por él, naturalmente, porque se pierde este torrente de sentimientos que a uno le sobrecogen cuando observa cómo su país es reconocido como una potencia mundial, cómo en Hispanoamérica agradecen las influencias culturales que allí dejamos, o simplemente cuando uno de nuestros representantes vence en una competición de ámbito mundial.
Todos estos líderes de pacotilla que por querer ser más de izquierdas que nadie desairan a España, a su Rey y a su Gobierno no me dan más que pena. El infausto Snchz, Carmena, Iglesias, Colau, Garzón o Llamazares no inspiran otra cosa a alguien como yo porque carecen de la capacidad de emocionarse por el simple hecho de pertenecer a un colectivo que se llama España y porque, no contentos con eso, además se jactan de ello. Pues qué bien, ellos se lo pierden.


Hay gente incapaz de amar. Está demostrado, como que hay quien no siente dolor, quien no está capacitado para distinguir los colores o quien no puede percibir los olores. Está visto que también existen personas que no pertenecen a un país, que no sienten nada por haber nacido en él. Bien. Es una discapacidad como otra cualquiera, una minusvalía, una mutilación. No es ningún desdoro sufrir una carencia, haber nacido con algún sentido atrofiado. En los tiempos actuales, la integración de estas personas es un objetivo de Estado, un irrenunciable propósito de una sociedad sana y con visión de futuro. La diferencia sutil es que los afectados por el odio a lo español padecen su enfermedad por propia voluntad, no porque la naturaleza haya sido cruel con sus mentes y cuerpos. Así que, señores y señoras, compañeros y compañeras, miembros y miembras de tan insigne colectivo, no les queda otra. A joderse.
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