Hace ya muchos años que dejé de
estar al tanto de la actualidad de la música que se hace en España. Supongo que
desde que empezaron a proliferar los llamados “talent show”, esos programas
donde se encierra a una docena de chavales en una casa y se les exhibe
descarnadamente ante toda la sociedad mostrando sus enormes carencias
culturales y donde la música no es más que una excusa para tejer un hilo
conductor de innumerables capítulos, como también lo son la cocina o la supervivencia
extrema en otros similares. Simplemente, no me interesan tipos que cantan lo
que otros han creado, dado forma e incluso mitificado anteriormente. Seguro que
algunos lo hacen bien, pero no tienen aquel punto de genialidad que hubo
durante los 80 y parte de los 90 en nuestro país.
Dicen que todo empezó en Madrid, con la movida, alrededor de 1980. La
verdad es que ni lo sé, ni me importa en absoluto. Lo esencial del caso es que
en aquellos tiempos abundaban el talento, el genio y la originalidad hasta en
el momento de ponerle nombre al grupo, porque entonces todo eran grupos, casi
no había solistas. Surgieron Pegamoides, con Alaska y su “Horror en el
hipermercado”, Radio Futura con “Enamorado de la moda juvenil”, la mítica
“Groenlandia” de los Zombies, las “Cuatro Rosas” de Gabinete Caligari o “Quiero
beber hasta perder el control”, de Los Secretos. La impresionante “Chica de
ayer”, de Nacha Pop, mi favorita absoluta, sobre todo cuando nos recita el gran
Antonio Vega aquello de “demasiado tarde para comprender, chica vete a tu casa,
no podemos jugar”, ay, todos al Penta a escuchar canciones que consiguen que te
pueda amar. Quién no la ha cantado alguna vez.
A muchos de ellos los hemos perdido por el camino. La libertad
incipiente que empezábamos a disfrutar nos trajo de todo demasiado deprisa y
algunos no supieron frenar a tiempo. El mencionado Antonio Vega, Carlos
Berlanga, Enrique Urquijo, el mejor poeta desesperado de nuestro tiempo,
siempre pidiendo ayuda en sus desgarradoras letras sin encontrarla, Pepe Risi,
de Burning, los de “Mueve tus caderas” o
“Qué hace una chica como tú en un sitio como éste” o el primero de todos,
Eduardo Benavente, de Parálisis Permanente. También Ulises Montero, de
Gabinete, al que el grupo le dedicó “Tócala, Uli”. Incluso si de solistas
hablamos, la carretera y las drogas también se llevaron el talento de Tino
Casal o Antonio Flores. En muchos casos, enfermedades provocadas por los abusos
pasados acabaron con aquellos prematuros ídolos, en ocasiones hasta tirados en
algún oscuro portal. Los genios es lo que tienen.
Lo extraño y a la vez mágico es que fueron muchos y muy numerosos.
Nadie se quedaba en su casa, todo el mundo salía a experimentar eso de la
libertad de expresión. Toreros Muertos y su “Agüita amarilla”, Aviador Dro con
“Selector de frecuencias”, Glutamato-Ye-yé y “Todos los negritos”, con ese
Iñaki de estética imposible. También recuerdo a Golpes Bajos y ¿cómo era
aquella? ¿Fiesta de los maniquíes, no los toques, por favor? O Los Nikis y la
letra de “El imperio contraataca” que enardecía a los fans del baloncesto;
“España está aplastando a Yugoslavia por 20 puntos arriba”, algo por entonces
muy extraño, jóvenes de hoy, porque de aquella nuestras selecciones no ganaban
nada de nada.
Muchos nombres más vienen a mi memoria. Siniestro Total y “Bailaré
sobre tu tumba”, Ilegales (Julio amaba las pastillas, rojas, verdes y
amarillas), el rock and roll de la plaza del pueblo de Tequila, las cien
gaviotas de Duncan Dhu, Los Rebeldes rockabillys, Los Ronaldos, (¿qué les
harían hoy si cantaran lo de “tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego
violarte hasta que digas sí”?), Danza Invisible y la popular “Sabor de amor,
todo me sabe a ti”, Loquillo y sus trogloditas, Gurruchaga y la Orquesta
Mondragón, La Guardia y sus mil calles, La Unión de Rafa Sánchez, Rosendo (o
por entonces Leño, no me acuerdo) loco por incordiar, y grupos absolutamente
marginales con nombres imposibles; Lavabos Iturriaga, Johnny Comomolo y sus
Gangsters del Ritmo o Derribos Arias.
Satisfacían a los que les gustaba el rock, el rockabilly, el ska
(Stukas), las lentas, el heavy (Barón Rojo y Obús) o el pop, las letras eran a
veces de dos rombos y otras demasiado ingenuas (Objetivo Birmania) y la música
muy sencilla, con cuatro acordes básicos pero buena, distinta, original. No
había dos canciones que sonasen igual, incluso los entendidos, con un simple
rasgueo de guitarra ya conocían de qué grupo se trataba.
Hubo dos programas en televisión que dieron cobertura a todos estos
artistas y que también merecen el recuerdo. Es preciso aclarar que entonces sólo había dos
canales públicos y que la 2 no se veía en media España pero, aún así, “La edad
de oro” fue un indispensable altavoz para ayudar a difundir el mensaje de esta
gente entre los jóvenes de entonces. Su presentadora, Paloma Chamorro, con un
look a lo Alaska, seguro que es recordada por todos los que tenéis mi edad. El
otro fue “La bola de cristal” que, en un alarde impensable para la época, se
emitía los sábados por la mañana, ¡en horario infantil!
¿Sabéis una cosa? En lo que va de artículo, llevo nombrados ¡33! grupos o solistas. Y seguro que cualquiera de vosotros puede añadir alguno más. Mecano, (no sé qué ocurriría si hoy se ponen a tocar “La fiesta nacional”), El último de la fila, La Mode, Mamá, La Frontera o Polansky y el ardor (¿Qué harías tú, en un ataque preventivo de la URSS?), así, a bote pronto, me salen de un tirón. Una auténtica cascada de talento que se derramó, muchas veces sin cordura ni control, durante toda una década. Exagerados, imposibles, arriesgados, geniales, rompedores, imaginativos, llamativos, transgresores. Adjetivos adecuados para unos chicos muy jóvenes que se buscaron la vida, o la muerte, ellos solos, a tumba abierta y viviendo deprisa, por si la fiesta se acababa que los pillara aún bailando.
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