Aunque estoy bautizado y por lo tanto soy miembro de la Iglesia Católica, para mi desgracia no tengo ese don que llaman fe. Vamos, que no creo que exista un ser superior del que dependa nuestro futuro una vez desaparecidos de este valle de lágrimas. Me gustaría, me da mucha envidia de los que confían en ello, pero un análisis racional del supuesto me indica que Dios omnipotente no existe. Y bien que lo siento.
Pero dicho esto, sí creo que los valores que transmite el cristianismo son muy válidos para nuestra vida. Me eduqué con los marianistas del colegio del Pilar, en Madrid, y estoy muy satisfecho de haber cursado tras sus imponentes muros desde parvulitos hasta el extinto COU. Una cosa es que no sea un fanático de acudir a Misa y otra muy distinta que abomine de unas personas que me enseñaron respeto, ética, moral, responsabilidad y muchas otras disciplinas que me han servido en la vida para tirar hacia adelante a pesar de las numerosas pruebas que mi familia y yo hemos tenido que pasar. De hecho, mi mujer y yo decidimos que la mejor educación que podía recibir nuestra hija era la de un colegio religioso, no por las enseñanzas cristianas en sí, sino por su forma de transmitir los valores humanos básicos. Yo no aproveché del todo mi asistencia a un colegio católico, pero no quiero hurtarle a mi hija las posibilidades que yo tuve y que, a lo mejor, ella sí sabe asimilar mejor. Después, su libre albedrío le enseñará qué camino tomar que, lógicamente, no tiene por qué coincidir con el de sus padres.
Una vez explicado lo anterior, entenderán porqué detesto tanto esta moda de los progres acomplejados de eliminar -o intentarlo- todo vestigio de la cultura cristiana de nuestro país. Hay que ser muy asno para decir que un Belén, un crucufijo o los Reyes Magos pueden ofender a alguien. Simplemente son símbolos de una cultura milenaria, como lo son una estatua de Buda o una mezquita árabe y a mí, desde luego, no me ofende en absoluto su visión. Pero estos burros que protagonizan un presente incomprensible, se quejan de la presencia en nuestra vida cotidiana de estos símbolos y exigen su erradicación. Y pregunto yo, ¿cuáles son los principales monumentos que les enseñamos a nuestros más de 60 millones de turistas extranjeros que nos visitan cada año? Pues, en un 90% más o menos, catedrales, iglesias, conventos, monasterios, ermitas y capillas de la que ha sido nuestra confesión desde hace muchos siglos. ¿Los derribamos? ¿Los quemamos? Todo es posible con esta gente porque, como se decía en la Universidad, quod natura non dat, Salmantica non praestat.
¿Y nuestras fiestas? La gran mayoría ¿qué celebran? Conmemoran hechos relacionados con Jesús, la Virgen o la infinidad de nombres que pueblan el santoral. ¿Se atrevería alguien a acabar -o intentarlo- con la Semana Santa en Andalucía? ¿Y con la Magdalena, San Roque o la Virgen de Guía en Llanes? ¿Propondrán esta nueva estirpe de mandatarios necesitados de aseo y educación básica, sacar en procesión a Lenin, Stalin y Marx en su lugar? ¿En lugar de los tres Reyes Magos, desfilarán por nuestras calles tres imponentes drag queens?
En fin que, a pesar de mi agnosticismo, a mí no me duelen prendas en desearles a todos una muy Feliz Navidad, un excelente -a poder ser- año 2016 y que los Reyes Magos les traigan muchos presentes. Bueno, a todos no. Como se decía en mis tiempos, sólo a los hombres -y mujeres- de buena voluntad, que cada vez van quedando menos por aquí.
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