jueves, 11 de febrero de 2016

Envidia

No sé si tuvieron recientemente la oportunidad de ver por televisión la Superbowl, el partido que decide el campeón de la liga profesional de fútbol americano en los Estados Unidos de América. Como espectáculo inusual y diferente, suelo presenciarlo todos los años, unos aguanto hasta el final y otros no, que la cosa dura cuatro horas y se juega cuando aquí la madrugada se desliza cansinamente hacia la aurora. Pero lo que nunca me pierdo y es una de las razones fundamentales por las que me gusta este show típicamente americano es la interpretación del himno, "The star spangled banner", que viene a significar "La bandera tachonada de estrellas", más o menos.

Lógicamente se entona antes del comienzo del partido y suele encargarse de cantarlo un artista famoso. En esta ocasión fue Lady Gaga quien asumió el honor y la responsabilidad de actuar ante más de 75.000 espectadores. Uno podía esperar, dada la proverbial extravagancia y las continuas excentricidades de esta cantante que lo hiciera desganada, de cualquier manera, dándole quizás más importancia al envoltorio que al hecho en sí. Craso error. Más allá de que la interpretación fuera absolutamente magistral, lo que más me sorprendió fue el respeto, la reverencia con la que esta supuesta transgresora acometió la emocionante tarea. Mano en el pecho, sobre el corazón, fue desgranando las notas del himno a capela, con el único acompañamiento musical de un piano, y sólo había que ver las caras de jugadores y público en general para comprender el orgullo con que esta gente, también Lady Gaga, cantan su himno nacional. Lo mismo blancos que afroamericanos que descendientes de indígenas, gigantes de más de dos metros y cien kilos lloraban mientras transcurría la interpretación, y cuando enfocaron a sus tropas destinadas en Afganistán o una patrulla de cazas surcó el cielo del estadio las ovaciones atronaron aún más y a uno se le pusieron los pelos de punta ante tanta demostración de patriotismo, de amor por un país, por una bandera y por un himno que a todos ellos representa. Volvieron a demostrar que, durante unos minutos, son capaces de olvidar diferencias y rencillas y unirse todos juntos bajo los símbolos del Estado, con mayúscula, disfrutando del momento con las emociones a flor de piel.



Cuando esto sucede, a mi casi se me saltan las lágrimas y se me acumulan los sentimientos. Siento una profunda envidia de ese moderno país, de sus ciudadanos, que son capaces de sentirse iguales cuando escuchan su himno y ven ondear su bandera, que olvidan posibles diferencias y se lanzan como una sola persona a cantar en honor de todos aquellos que cayeron defendiendo su Constitución y su territorio, su libertad y la de otros en países lejanos, como lo hicieron en 1944 en Europa para terminar con el nazismo. Siento también una enorme tristeza, cuando comparo lo que veo con lo que sucede habitualmente en mi país, donde se abronca el himno y se quema la bandera, donde hay mucha gente a la que le gustaría ver cómo se deshace el Estado, donde algunos miserables se plantean cambiar la Constitución para que resulte más sencillo romper España y que encima les salga gratis. En esos momentos, me gustaría mucho haber nacido en ese país, del que algunos se ríen porque dicen que sus ciudadanos carecen de cultura, que no saben nada más que mirarse el ombligo, pero donde desde pequeñitos todos los niños maman el amor a los "iuesei", a los Estados Unidos de América.

Nada más terminar la sublime interpretación de Lady Gaga me preguntaba qué coño hago yo aquí, en este país que no se quiere, que no se respeta, que no se entiende. Cómo no cojo el pasaporte y me voy para allá, donde al menos no tendré que estar cada día mirando la prensa para ver qué pedazo de tierra se va a desgajar del resto, o qué miserable político, que en otro país no hubiese pasado de bachiller, va a exigir el "derecho a decidir". Cómo sigo aguantando los eufemismos cobardes que se estilan aquí, como "este país", "el Estado" o "por imperativo legal", con tal de no decir España o jurar defender la Constitución de todos. Cómo algunos, con tal de gobernar, están dispuestos a modificar la Carta Magna, despojar de contenido a nuestra Nación y permitir vergüenzas como los referendum de autodeterminación que se les prometen a los separatistas de distintos lugares para lograr un mísero puñado de votos.

Todos los años me pasa lo mismo pero aquí sigo, envidiando a los estadounidenses por esa manera que tienen de sentirse orgullosos de pertenecer a su país, por esa manera de venerar su bandera, por esa manera de cantar su himno nacional con la mano en el corazón. Será porque este condenado país nuestro me hace sentirme orgulloso de ser español, con todas las letras, y no avergonzarme de decirlo. Porque sigo pensando que algún día pasará la moda de denigrar la unidad de todas las regiones y nos sentiremos como los americanos, un país fuerte y sólido. No sé. Mientras tanto, tendré que conformarme con sentir envidia de ellos.      

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