No hace muchos días, a cuenta del debate sobre Partarríu, que si supermercado sí, edificios no, aparcamiento quizás, tuve la oportunidad de charlar con un buen amigo de la prensa con muchos más conocimientos que yo sobre urbanismo, tan llanisco como el que más y reconocido defensor del patrimonio del concejo, tanto ecológico como urbanístico. Ambos coincidíamos en valorar el enorme legado indiano del que debería disfrutar Llanes y de la lamentable política llevada hasta ahora por los sucesivos Gobiernos socialistas, fundamentalmente con la perversa creación en anteriores Planes de Desordenación Urbana de la figura de la Gran Finca. ¿En qué consiste? Básicamente, y sin entrar en detalles normativos, en que al propietario-promotor se le concedía cierta edificabilidad en los jardines de la finca que albergase una gran mansión, generalmente indiana, a condición de que mantuviese y rehabilitase ésta.
Como se suele decir, hecha la ley, hecha la trampa. El supuesto preboste benefactor, con la excusa de construir a tutiplén, acometía unas obras de mantenimiento del edificio sin darle ningún uso posterior, es decir, abandonándolo a su suerte para encontrarlo, al cabo de una década, de nuevo en un estado vergonzante y con el interior hecho unos zorros. Chapa y pintura, para entendernos, para que desde fuera se viera bonito y se alabase el interés filantrópico del bonachón y "presunto" recuperador de patrimonio.
También en este asunto tuvo mucho que ver la crisis provocada en nuestro país por el zapaterismo inútil a finales de la anterior década. Atraídas por el aroma del dinero fácil, importantes constructoras compraron algunas de estas joyas arquitectónicas y sus fincas, elaborando monstruosos proyectos que contemplaban multitud de nuevas viviendas en los jardines del coloso mientras, se suponía, iban a dar esplendor a los emblemáticos edificios. Pero llegó 2008 y todo se fue al garete. Las grandes empresas especuladoras quebraron, los palacios se abandonaron o quedaron en manos de los bancos -o las dos cosas- y las fincas se han convertido en auténticos estercoleros para vergüenza de todos los llaniscos. Recuerden si no cómo estaba el recién incendiado palacio de los Sánchez Ezquerra hasta hace unos días.
Todos los vecinos del Cueto y alrededores saben que en el deteriorado edificio se colaban todos los fines de semana hordas de jóvenes con sabe Dios qué intenciones y ya se comentaba que cualquier día iba a ocurrir algo. No piensen que al suceder en Sábado Santo, con la villa hasta los topes, los irreversibles daños los ha causado un grupito de foráneos enloquecidos que confundieron Llanes con Valencia. Qué va. La mano que mece la cuna, los dedos que prendieron la cerilla están mucho más cerca. Lo mismo que cuando ardió el maravilloso palacio de Los Altares, seguramente nunca aparecerán los culpables y será únicamente Llanes, una vez más, el que salga perdiendo. Y mientras tanto, todos mirando hacia otro lado. Venga a traer gente y más gente y venga a perder patrimonio que enseñar, que lucir y del que presumir.
Tuve en su día la fortuna de conocer por dentro el edificio quemado en estos días pasados. Aunque ya estaba muy desmejorado, recuerdo especialmente los espectaculares techos de artesonado en salones y comedores que, muy probablemente, ya se hayan perdido para siempre. A mi modo de ver, urge un plan a nivel supramunicipal que ampare estos edificios en ruina, estas muestras espléndidas de arquitectura, indiana o no, frente a la inacción vergonzante de constructoras, bancos y supuestos benefactores. San Antolín de Bedón se está cayendo, pero muchos de estos palacios y mansiones también. Todos ellos son parte de un patrimonio incómodo, cuyos propietarios ni cuidan ni defienden y se limitan a dejarlo agonizar, ante la pasividad sonrojante de unos gobernantes incapaces de valorar lo que tienen delante de sus narices. Cualquier día los debates sobre Partarríu o sobre La Concepción serán estériles porque habrán sido también pasto de las llamas o se habrán convertido en un montón de escombros. Y cuando Llanes haya perdido todas estas joyas, alguno llorará y pataleará cuando ya no se pueda hacer nada. Qué tristeza da ver cómo un pueblo y sus dirigentes son incapaces de preservar su historia. No sé qué legado van a heredar nuestros hijos, pero desde luego que será ínfimo. Porque un pueblo que no protege su patrimonio histórico va perdiendo parte de su identidad con cada piedra que desaparece. Y en Llanes parecemos auténticos especialistas en dilapidarlo creyendo que no tiene consecuencias. Pero las tendrá. No lo duden.