Quién me iba a decir que aquí en Asturias iba a comer unos de los mejores callos que he probado en mi vida. Viniendo de Madrid, donde encuentras montones de sitios donde catarlos, tanto restaurantes de alto copete como tascas de barrio castizo, junto a una barra con grifo de vermú o entre elementos decorativos de corte minimalista, ni se me ocurrió que aquí en el norte se comiera con relativa frecuencia este auténtico manjar, tan sabroso como supuestamente nocivo. Aunque como siempre digo, no es lo mismo atiborrarse en comida y cena que disfrutarlos de vez en cuando. Para los que no estén al día, aunque me consta que muchos lectores de este blog son clientes habituales, el templo de esta especialidad tan madrileña está en Tudela Veguín, concretamente en un pueblecito llamado Anieves, al pie de la carretera, donde encontramos el Bar Camacho, sitio imprescindible para los amantes de los callos y otros platos contundentes de nuestra cocina tradicional.
Cierto es que parecen diferentes, más pequeños, más picaditos y quizás menos picantes que los que comía en Madrid, sin chorizo ni morcilla, al menos en el plato, pero sabrosos hasta decir basta. Con una materia prima de primera y tomándose su tiempo en limpiarlos bien, las cocineras de Camacho hacen llegar a la mesa un deleite para el gusto y un placer para los sentidos tan inesperado como agradecido, sobre todo esos días de invierno grises y fríos, en los que lo que apetece es echarse al cuerpo algo que lo caliente y lo ponga en condiciones. Además, el coqueto comedor lleno de detalles que evocan otros tiempos y la pequeña aventura que supone acceder a él, pues se atraviesa la cocina pidiendo disculpas a las cocineras por las molestias causadas debido al escaso espacio para pasar, no hacen sino añadir alicientes para visitarlo con cierta asiduidad. Se lo recomiendo encarecidamente.
Por eso, por el amor que mis papilas gustativas le tienen a este producto típicamente español, me molestan mucho esas cosas que le dicen por ahí a la concejala madrileña Celia Mayer, la de la metedura de pata con lo de la Memoria Histórica, la de la placa de quita y pon en un cementerio por el espantoso delito de recordar a unos mártires asesinados. Resulta que a esta discípula de Carmena le dicen callo. Y en algunos sitios de eso que llaman las redes, hasta callo malayo. Sí, ya sé que quieren decir que es muy fea, y no van desencaminados, no. Pero detesto que para ello la comparen con uno de mis platos favoritos. Me produce desazón, no sé cómo explicarlo. Me da la impresión que la próxima vez que me lleve la cuchara a la boca voy a pensar que me estoy zampando una parte de esta edil. Que me van a fastidiar el festín. Y eso no me seduce nada de nada.
Pueden llamarla mil cosas, además de sectaria e incompetente, que es lo que es. Una concejala a la que le quitan competencias y tienen que tutelarla es claramente incompetente, ineficaz e inútil y debería dimitir. Estamos de acuerdo. También es una verdad como un piano de cola lo fea que es y la cara de asco que exhibe en todas las imágenes que circulan de ella. El odio, el deseo de venganza, el asco o la rabia pueden hacer que un rostro agraciado torne en repelente y aborrecible. No les digo nada si la aludida ya posee una cara desagradable de por sí. Pero en lugar de arremeter contra una comida estupenda llamándola callo, les sugiero otros apelativos. Pueden referirse a ella como persona de belleza distraída, o como mujer incómoda de mirar, o incluso sugerir un posible estreñimiento crónico, eso lo dejo a la elección de cada uno. Y si les parece poco, llámenla fea de cojones, o digan que es más fea que quitarle un caramelo a un niño o que un chino con rastas, me da igual. Pero un callo ni hablar. Y menos malayo. Horrorosa sí, o incluso adefesio, si me apuran, que es lo que parece Manuela Carmena, que al menos podía peinarse de vez en cuando. Pero insisto, omitan lo de callo. No procede.
Y para que no me llamen machista, lo mismo les digo para los hombres, no crean. Hay que ser claros, también pululan por ahí chicos espantosos. Incluso algunos que no lo son tanto, agravan la cosa por no saber sacarse partido. Al contrario, incluso empeoran la visión. Porque a ver, si tú eres un hombre cargado de espaldas, un poco con chepa, para entendernos, no se entiende que lleves encima un apéndice capilar tipo coleta todo chafado, con pinta de no haberlo lavado en semanas. Así estás aún peor. Y si encima te vistes siempre igual, en plan progre que huye de la ducha y de la plancha, arremangado como si fueras a desatascar la taza del excusado, no mejoras tu imagen. La destrozas. Y si no tienes barba, no te empeñes en dejarte crecer cuatro pelos por la cara. Parece que la tienes sucia. Y entonces te pueden llamar callo las señoras y ya está liada. Es un consejo.
Así que se lo ruego, por muy feos que sean estos tipos, o por muy mal que se peinen, como los proetarras esos que no se distinguen ellos de ellas porque todos se cortan el pelo con hachas, no les digan callos. Ya que nos han jorobado la Navidad, que nos intentan sisar la Semana Santa, ahora que nos quieren decir hasta qué aire debemos respirar, que por su culpa no nos quiten uno de los pocos placeres que nos quedan. Que no nos estropeen el festín.
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