Sin duda muchos de ustedes habrán visto a lo largo de sus vidas esos extractos de imágenes impactantes en las que parlamentarios de países lejanos y exóticos dirimen sus cuitas directamente a golpes. Puñetazos, patadas, tirones de pelo incluso han servido en Taiwan, Corea del Sur o Ucrania, por citar tres que recuerdo, para expresar de forma rotunda los desacuerdos evidentes entre formaciones políticas de diferente pensamiento. Como los argumentos empleados no debían tener suficiente peso, los insignes representantes del pueblo acababan zanjando sus disputas con puños, codos y, a veces, con algún tipo de objeto contundente que tuvieran a mano. Cosas de países lejanos. Error.
Aquí estamos ya a pocos centímetros de caer en la violencia física. En el Pleno del paripé de hoy, la intervención de Iglesias desde su escaño, en la que les dijo a los socialistas que no se dejaran influir por quien tiene las manos manchadas de cal viva, en alusión a Felipe González, estuvo a punto de provocar un altercado de considerables proporciones que pudo acabar como el rosario de la aurora. El tumulto llegó a tal grado de escándalo que el presidente del Congreso, Pachi López, en plena y evidente pérdida de papeles, acabó balbuceando y tratando de tú al líder de Podemos que, muy tranquilo e interpretando magistralmente el papel de agitador del tipo yo tiro la piedra y escondo la mano, como hizo en aquella conferencia que Rosa Díez intentó ofrecer un día en la Universidad, le siguió el rollo al pobre López y a los airados diputados socialistas, aunque al final fue silenciado con la excusa de que se había pasado de tiempo. Gritos de fuera, fuera, como en el fútbol, Iglesias disfrutando mientras voceaba "nosotros decimos verdades con educación" -fíjense la monumental hipérbole- con la bronca imparable de fondo mientras López mandaba silencio. Gritos e insultos variados e interrupciones tipo Sálvame, y al final todos hablando a la vez sin que se entienda nada porque, en realidad, nada hay que entender. Y encima Iglesias consigue lo que quería, que es quedar como el ofendido de la película, porque termina afirmando osadamente y muy entristecido que le han retirado la palabra. De manual.
Estos son los padres de la Patria. Uno en camisa remangada morreándose con un señor barbudo que pasaba por allí a la vista de toda España, el otro imitando a la inolvidable Aido con lo de jóvenes y jóvenas, aquel amenazando con la desobediencia civil, el de más allá intentando erigirse en el salvador de la democracia...Y el candidato, avergonzado por lo que su estulticia había provocado, mirando al suelo o a los papeles, jamás al orador que le interpelaba, algo nunca visto en estos casi cuarenta años de Monarquía parlamentaria. Todo un espectáculo inútil, innecesario y caro, muy caro para los españoles, no sólo por el despilfarro de euros que significa sino por la tremenda merma en la credibilidad de las instituciones entre los ciudadanos que vodeviles de este calibre acaban causando. Y todavía queda el viernes, y luego las renegociaciones, los nuevos pactos, los nuevos paripés, otras elecciones, los mismos resultados, los mismos problemas...el día de la marmota, Dios santo, ¡qué panorama!
Si. Ciertamente el panorama es desolador. Álvaro.
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