Hace ya varios inviernos que no hace frío en Navidad. No es ya que nieve, que eso por aquí lo tenemos casi imposible, sino que casi no hace falta usar ropa de abrigo, la mayoría de los días las temperaturas son bonancibles e incluso hemos sufrido una pavorosa ola de incendios forestales que no se habían visto ni en los meses más calurosos del estío. Las postales que nos mandamos -no por correo, ya inexistente, sino por email o whatsapp- muestran paisajes nevados y gente abrigada con gorros, guantes y bufandas que no casan con la realidad, por otra parte horrenda y cada vez más pervertida.
Desde que tengo uso de razón esta época ha sido un canto al consumo, a las compras compulsivas y desmesuradas, un empacho de viandas y licores y un sinsentido de exaltación de la amistad y otras pasiones. Pero lo de ahora supera ya toda previsión. Antes, al menos se sabía lo que significaba la fiesta cristiana que se celebraba y lo que se conmemoraba. Unos participaban más, otros menos, pero todos se imbuían un poco del espiritu navideño, intentaban portarse mejor y respetaban las tradiciones seculares que se repetían con naturalidad. Comíamos y bebíamos como ahora, nos llenábamos de regalos inmerecidos, pero no había rictus de amargura porque unos Reyes Magos nos los trajeran, ni porque se conmemorase el nacimiento de Jesús de Nazaret. Se ponían belenes y a nadie ofendían, se escuchaban villancicos y a nadie molestaban, al contrario, le llevaban a uno a desear la paz con todo ser humano y al propósito de ser mejor persona.

No, ya no hace frío en Navidad. Pero en el corazón, algunos nos estamos quedando helados ante tanto despropósito, tanto rencor y tanto odio. Justo lo contrario de lo que predica esa religión que celebra su fiesta más importante en estas fechas y que se basa en el amor, el respeto al prójimo y en el esfuerzo y el trabajo como pilares de una vida llevada con responsabilidad, con dignidad y con naturalidad. Pero claro, estos valores son rancios, casposos, molestos. Mejor ciscarse en ellos y cargarse una forma de vida, una cultura y un país estupendo. En mi época a esta gentuza se la llamaba de una manera muy simple: eran anarquistas, ácratas, gente que negaba la legitimidad de cualquier poder. Adalides de la anarquía, del desorden, del descontrol, del todo vale. No, ya no hace frío en Navidad, pero nosotros nos estamos quedando helados.
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