En este país nuestro, el que no corre vuela y el más tonto hace relojes, que diría el desaparecido y artífice de esa selección de fútbol campeona, don Luis Aragonés. No hay un español que se precie que necesite consejos para elaborar un currículum vitae. Con la picaresca típica de la tierra y un poco de imaginación, somos capaces de convertir a un deshollinador en ingeniero de minas y a un paleta en arquitecto y además en un pispás.
Esta no es una costumbre reciente, aunque la llegada al poder de indocumentados sospechosos de iletrados y alguna que otra bestia parda ha puesto de moda el relleno e inflado de los escasos méritos académicos contraidos por multitud de elementos instalados hoy en día entre las clases dirigentes. Ya en mis lejanos tiempos universitarios, nos sirvió de objeto de mofa y befa lo que un profesor de Teoría del Estado de primero de Económicas escribió en el libro de texto que tuvimos que emplear en aquella asignatura. El tipo, sin cortarse un pelo, decía que había "cursado varios años de ingeniería". Así, sin más. Sin especificar de cuál de ellas, ni si había conseguido siquiera aprobar alguna materia. En bruto, vamos. Por si lucía más la solapa de aquella publicación, llena por otra parte de corta y pega y plagios variados y más peñazo que un discurso de Maduro.
No hace muchos años, el inefable Pepiño Blanco -¿se acuerdan, de aquellos polvos vienen estos lodos...?- tuvo a bien inventarse una carrera en su haber, no recuerdo si era Derecho, cuando luego se supo que ni siquiera había logrado concluir con éxito el primer curso. En realidad daba lo mismo, con escucharle balbucear lo del "conceto" uno se daba cuenta, pero el hombrecillo quiso hacerse pasar por abogado, darse algo de lustre, conseguir un título sin esfuerzo, dárnosla con queso, reírse de nosotros en definitiva. No se daba cuenta que, con gafas o sin ellas, el motivo de risa siempre era él en sí mismo, simplemente con su presencia la gente se descacharraba, pobre hombre.


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