Llevan los medios de comunicación dando el coñazo desde hace meses con un asunto nimio, baladí, algo que en sí mismo no tiene mucha importancia ni por su tamaño ni por el gasto que ha supuesto, si lo comparamos con otras actuaciones faraónicas igual de inútiles que han tenido lugar en nuestro concejo y en la villa. Que si la pasarela se va a colocar en otro sitio, luego que no, que en el proyectado, después que si la pobrecita ha estado dos meses abandonada en una gasolinera sin servir para nada, ahora que en noviembre, parece que en diciembre se podrá usar... Durante este tiempo, los periódicos han ido ofreciendo como condimentos las supuestas opiniones de supuestos vecinos o turistas, más o menos enterados del tema, más o menos interesados en la nueva infraestructura.
A mí, les confieso que, una vez construida y aprobada la obra, andar con este sinvivir de a ver quién puede más, a ver qué Administración exhibe más músculo, me parece algo ridículo. Es de sentido común que, una vez gastado el dinero, nuestro dinero, lo más sensato es darle uso al artefacto y, luego, ya veremos. Tiempo para discutir de chorradas siempre lo encuentran los políticos, no se preocupen, que el tema descansará una temporada en los cajones de sus señorías para, cuando queden cuatro meses para las próximas elecciones, volver a esgrimirlo como arma arrojadiza según la conveniencia de cada cual.
Lo que apenas he podido leer en los periódicos, ni escuchar en la calle, es el verdadero significado que tiene este chisme. Creo que cualquier persona conocedora de Llanes con un mínimo de inteligencia y anchura de miras sabe que el lugar, a menos de cien metros del puente, no es el mejor. La antigua pasarelilla retráctil sí que cumplía una función eficaz, como era comunicar las dos márgenes del puerto evitando un recorrido inútil a todos aquellos que transitaran -o vivieran- en las inmediaciones de San Antón y La Moría. La lógica ciudadana indicaba un lugar cercano al anterior como el más adecuado. La ilógica socialista, no. Los socialistas llaniscos no piensan nunca en el bien común. Su aspiración siempre fue el bien de unos cuantos, y en este asunto, también.
Por eso, lo que el pueblo llano no debe olvidar cada vez que mire o pise la pasarela en su ubicación actual es que es un símbolo. Símbolo de la cabezonería, de la chulería, del amiguismo, del beneficio a unos pocos, del descaro político y del otro, de hacer las cosas porque sí, porque les sale del higo, símbolo de ese pensamiento tan "doloriano" que consiste en que, como he ganado las elecciones, hago lo que me da la gana porque tengo legitimidad para ello. Es un símbolo del autoritarismo, de la dictadura, del tira que libras, de la prepotencia, del gastar por gastar, de la época del despilfarro y la farándula en el Ayuntamiento de Llanes, donde durante 28 interminables años reinaron la soberbia, la codicia y el fomento de la desigualdad en función de las ideas políticas, una de las formas más abyectas de racismo de la que nos escandalizamos cuando observamos cómo se aplica en lugares como Cataluña, pero que consentimos sin rubor aquí durante demasiado tiempo.
Así que será mejor no olvidarla y no dejar nunca de mirarla como lo que es; el símbolo viviente de todo lo que un político no debería jamás consentir y de todo lo que los ciudadanos nunca deberíamos permitir que se repita en nuestra tierra. Avisados estamos.
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