viernes, 13 de noviembre de 2015

Sin faldas y a lo loco

En este país nuestro aún llamado España solemos decir que alguien se ha bajado los pantalones cuando un supuesto paisano, tras expresar con contundencia una opinión en público y por circunstancias que suelen estar mayormente relacionadas con la otra parte contratante, se ve obligado a cambiarla radicalmente pasando en un suspiro del éxtasis al tormento, del cielo a la tierra o, lo que suele ser más habitual, de inspirar respeto a ser tomado por el pito del sereno. Por ejemplo, ese hombretón que asegura ante sus amigos que ¡a casa de mi suegra va a ir a comer hoy Rita, hasta ahí podíamos llegar! y, pasados pocos minutos, se ve arrastrado por una vorágine de mujer e hijos a almorzar justo donde aseguraba que no pisarían sus pies. Y con una sonrisa en la boca, por su propio bien.

Y en los casos en que la renuncia es muy flagrante, como la traslación de Jorge Verstrynge del ala derecha de Alianza Popular al leninismo más feroz, decimos que se los ha bajado hasta los tobillos. Para que no se me enfaden las bases feministas, supongo que cuando les pasa a ellas -si es que les pasa alguna vez, claro- dirán que se bajan las faldas, por el hecho diferencial más que nada, aunque en los tiempos que corren, igual uno va a prisión por no ponerse una de vez en cuando. En fin, el título de esta divagación no va por ahí, no. Resulta que estoy  pensando en Artur Mas. Como lo oyen. Es que, después de escuchar sus ruegos, sus lamentos, sus requiebros y sus intentos de seducir a los de la CUP para que le voten y salir "president" de una vez, me ha recordado a una novia como la de los ocho apellidos vascos, que recoge la seda y el encaje y se lanza a la carrera a perseguir al novio que se le va, aunque ni le guste ni tenga nada en común con él, únicamente por salvar las apariencias ante papá, aquí ante sus compañeros de Esquerra y ante todos los demás, con tal de no convertise en el hazmerreír mundial.   

Cuando alguien dijo que la política proporcionaba extraños compañeros de cama, se quedó corto. No puedo imaginar a la del pelo a tazón, con camiseta negra de lema amenazante y sin duchar, en plena faena con el de adusto traje, corbata que aprieta y sólido mentón. Comparando con otras épocas, es como imaginar una alianza entre Santiago Carrillo y Manuel Fraga para gobernar la España de la Transición, pero más bestia. La CUP, un grupo de personas que quieren la revolución, la anarquía, la aniquilación del Estado y de la sociedad tal y como la entendemos hasta ahora, eliminar reglas esenciales para la convivencia y primar el ojo por ojo, las rencillas y las venganzas, es cortejada por quien representa la burguesía catalana más rancia, guardiana del capitalismo más extremo y fiel garante de los seculares privilegios de los sectores más influyentes como Iglesia, Banca, grandes empresarios y, por supuesto, políticos convergentes. O sea, la paloma con el halcón, la gacela con el león y en la misma habitación. 

Lo que me toca los cojones es que eso sí, por si acaso, Convergencia se va a presentar a las elecciones del 20 de diciembre, a las españolas, para entendernos. Es decir, no quiero saber nada de España pero concurro a sus comicios, para colocar a 10 o 12 tipos en el Parlamento, para seguir trincando, para aprovecharse, y si algo sale mal, para seguir con la sopa boba. No, tíos, esto es un salto sin red. ¿No estáis seguros de que iros es lo mejor, que España ens roba? Pues hala, largo, a tomar por culo, ¿pero qué coño pintáis presentado vuestras podridas siglas a una votación en la que no creéis? Pura cobardía, a Misa y repicando, al plato y a las tajadas. ¡Ay, si fuera yo el legislador...!  

Porque a mí me parece estupendo que alguien quiera la independencia de su región. Es el sentido de la existencia de formaciones revolucionarias como la CUP esa y la Esquerra de Junqueras, ese líder en la sombra que no se sabe si mira para Cuenca o para Figueras pero que está fagocitando al partido de Mas que, de concurrir en solitario a las elecciones catalanas,  andaría por los 30 escaños. Y es que los realmente separatistas, los que lo son por convicción y no por necesidad, los que lo llevan siendo toda la vida, son los de siempre, alrededor de la tercera parte de la sociedad, más o menos como en el País Vasco. Esto siempre ha sido así y, muy probablemente siempre lo será. Lo que no puedo entender es que unos señores y señoras de la alta sociedad catalana hayan decidido suicidarse. Que se hayan liado la manta a la cabeza y se hayan echado al monte directamente sin faldas ni nada, a lo loco, como Panchito, que así se vive mejor. A ver cuánto les dura pero espero que poco, que son muy graciosos pero ya empiezan a cansar.             

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