Como puede deducirse fácilmente del nick que figura aquí al lado, soy un más que visceral aficionado del Aleti de Madrid, así, sin "t" y acabado en "i", que es como se dice en madrileño. 35 años como abonado me contemplan, y en ellos he visto de todo a orillas del Manzanares. Pocas cosas pueden sorprenderme a estas alturas si del Aleti hablamos, pero estos días que he estado por Madrid y he asistido a los partidos contra el Benfica y los vecinos del Norte confieso que he vuelto preocupado.
Los últimos 4 años, con Simeone al frente, uno se ha acostumbrado demasiado a ser de un equipo que siempre planta cara al rival, fuerte, aguerrido, defensivamente muy sólido y más armado que un bloque de hormigón. Ya casi se nos habían olvidado las penurias sufridas con los equipos blanditos y melifluos de las épocas anteriores, con Musampas, Petrovs e Ibagazas varios que lo único que consiguieron es que nos perdieran el respeto en todos los campos de España. Y resulta que, sobre todo el día del Benfica, tras una primera media hora más que aceptable, en la que debimos dejar resuelto el choque, el equipo se descosió por completo en defensa, nos metieron dos goles en dos sencillos centros al área que remataron dos tipos más solos que la una y, lo que es peor, a pesar de disponer de toda la segunda parte para deshacer el entuerto, el equipo en ningún momento dio la sensación no ya de darle la vuelta al resultado, sino siquiera de ser capaz de empatar. El domingo la cosa iba por derroteros similares, pero gracias al ataque diarreico que sufrió el técnico visitante y a un lateral derecho sin conocimientos futbolísticos se pudo igualar la contienda.
Varias cosas me llamaron la atención: la olvidada fragilidad defensiva, encarnada muy especialmente por Filipe Luis, que ha vuelto desconocido de su experiencia en el equipo cuyo mejor entrenador posible es el portugués cabreado permanentemente; la ausencia de presión al rival excepto en acciones muy aisladas, probablemente debida a la incapacidad de los jugadores ofensivos de banda para echar una mano al medio campo y a los laterales. Ni Óliver ni Griezmann pueden jugar allí, y cuanto antes se dé cuenta el Cholo mejor le irá al equipo; y, en definitiva, una sensación creciente de falta de carácter en casi todas las líneas, algo muy comprensible por otra parte si contemplamos la lista de salidas y entradas en la plantilla esta temporada.
No podemos pretender que Óliver (20 años), Vietto (21), Carrasco (22) o Correa (20) otorguen al colectivo el mismo carácter ganador que ofrecían Miranda (31 años), Mario Suárez (28), Arda (28) o Raúl García (29). La cosa llevará su tiempo y, hasta entonces, sólo queda armarse de paciencia y confiar en la sabiduría demostrada por el entrenador. Eso sí, a la prensa manipuladora y vikinga, que trata de convencernos que estamos al nivel económico de los dos preferenciados y que tenemos un peazo plantillón de no te menees, mejor no hacerle caso. Porque si empezamos a protestar o a silbar, miedo me da lo que puedan hacer los okupas del palco, que capaces son de traernos desde China a Manzano, con lo a gusto que se está teniéndolo allá tan lejos.
De acuerdo en todo. A los 10 minutos del comienzo del partido de Champions yo estaba convencido de que al Benfica le iba a caer un carro de goles...
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